lunes, 30 de octubre de 2017

FRESIAS



   Pasaba por su buzón, dos rosas blancas y alguna carta de Servicios, pero las rosas no tenían tarjeta de destino, ella las hizo propias. La sorpresa de dos margaritas o tres clavelinas en el buzón, le endulzaban el café con leche. La intriga de no saber la atraía, sentía que a su alrededor se le abría un continente desconocido.
   Las flores seguían la ruta del buzón a sus manos, le cambió la vida. Se vestía con esmero y escote. Iba a la peluquería, a la dermatóloga y un ataque de botox ínfimo porque era joven, le daba lindo.
   Un día no encontró nada y le preguntó a la Portera: —Sí Srta Maggi, Ud sabe que yo también las extraño y eso que no eran para mí.
   Hacía una semana sin flores y desayunaba sin azúcar, volvió a los jeans y una camisa. Se juntaba el pelo con una goma, de memoria. Pasó un invierno triste, donde sus amigos fueron libros. Cuando el sol se dignó a ofrecer tibieza, cruzaba al banco de la plaza. Vio pasar, cerca de sus zapatillas, un chico en bicicleta, con un ramo de fresias, tan contundentes que perfumaron toda la calle. Dejó la bici contra un árbol, y se sentó en el lado opuesto a Maggi. Ella pensó que lo mejor era seguir con su lectura. No iba a fantasear con nada, porque los finales le salían sufridos. El chico, con desenfado, se acercaba a Maggi. Fue inesperado, pero una florcita de Fresia le acarició la mejilla. Ella no dijo nada, se levantó y caminó lento alrededor de la plaza. Él tampoco dijo nada, pero caminaba a su lado con el enorme ramo de fresias que rozaban los brazos, las manos y el cuello de Maggi. 
—¡Huuyy! Tu bici, volvé a buscarla…
   Él la miró, pura pestaña y pupila. —No me arruines este momento, por cuatro fierros con dos ruedas.
   Maggi volvió a su silencio de siempre. Llegaron a caminar tan pegados, que las fresias les dejaban un camino amarillo dando sol en la sombra. Cuando atardeció, Maggi habló en secreto. —Éste es mi edificio, te dejo aquí y gracias.
   El chico la tomó del brazo y con pupilas dilatadas le explicó:            
—¿Sabés lo que me llevó saber dónde vivías? ¿El miedo que me dio cuando te disfrazabas de Srta, el laburo para dejar las flores en tu buzón? Ni loco te me escapás, ahora yo soy de vos y vos de mí. 

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