Las depresiones
estacionales colisionaron, llegaron juntas, tuvimos verano mezcla con otoño,
invierno con primavera.
Llevo las cuatro
y la cabeza me explota. Ni el habla ni la escucha ni los psicofármacos me
alcanzan. Si llevara esta tortura permanente en dineros, sería millonaria y la
depresión me seguiría, por envidia, para que no disfrutara por nada de ese
maravilloso beneficio.
Vino mi exmarido,
Pichón, quiere la separación. —Malena, yo te aguanté y te acompañé en todos tus
bajones y no quiero seguir hablando de mis virtudes para con vos.
—¿Y de qué va
todo esto?-Le pregunto agánica-.
—Quiero un
divorcio de común acuerdo, sin actitudes agresivas, somos adultos.
—Te recuerdo,
Pichón, que no sólo sos adulto, sino adúltero.
—Es así, Malena,
pero fuiste la primera en saber.
Le vi esa cara
de hipócrita profesional. —Un honor, Pichón, sos un lord.
—Bueno, lo que
quieras, nena, pero me parece justo que nuestros bienes se dividan en partes
iguales.
Le pregunté,
casi sin voz: —¿Por qué? ¿Vos querés algo más, buitre?
—Basta de
subestimar al contrario. Acá tenés el expediente, sería prudente, de tu parte,
firmar sin kilombos.
Sabía cada letra
sin ver, imagino perfecto. Subrayé con rojo las pertenencias de mis padres y lo
que gané yo pelándome el culo. Leyó teniéndose el mentón, como si fuera
pensador inteligente.
—Gracias,
Malena, siempre fuiste una Señora.
Quiso besar mi mano. La retiré con asco.
—Lamento no poder decir lo mismo de vos, no voy a nombrar tus cosas que provienen de dineros malhabidos. Ni tu corrupción integrada a vos como una parte de tu cuerpo. Latrocida, lavador, testaferro, le robaste hasta a mis Abuelos. Dudo si no fuiste el ideólogo del crimen de mi hermano. En cuanto a tus adulterios, con las esposas de tus mejores amigos…quiero que todo esto se arregle entre abogados. No pises esta casa y te prohíbo hablar conmigo o con los chicos. La tenencia es mía, ellos están tristes, porque presenciaron y escucharon. ¿Sabés por qué te odian? Porque me levantabas la mano cuando te emborrachabas… Andate, cerdo.
Y lo amenacé con
una cuchilla. Fue un error grueso, él saco su cuarenta y cinco y me dio en el
abdomen. Miro el techo, los cables, la ventana. No tengo ganas de seguir. No
tengo qué seguir.—Lamento no poder decir lo mismo de vos, no voy a nombrar tus cosas que provienen de dineros malhabidos. Ni tu corrupción integrada a vos como una parte de tu cuerpo. Latrocida, lavador, testaferro, le robaste hasta a mis Abuelos. Dudo si no fuiste el ideólogo del crimen de mi hermano. En cuanto a tus adulterios, con las esposas de tus mejores amigos…quiero que todo esto se arregle entre abogados. No pises esta casa y te prohíbo hablar conmigo o con los chicos. La tenencia es mía, ellos están tristes, porque presenciaron y escucharon. ¿Sabés por qué te odian? Porque me levantabas la mano cuando te emborrachabas… Andate, cerdo.

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