viernes, 13 de octubre de 2017

ESPERANZA

  
   Cuando murió Catalina, Gregorio quedó mareado, extrañado. Cuando nadie lo miraba, andaba entre los árboles con la esperanza desencontrada. Soñaba que Catalina decía: 
—Gregorio, te espero en el banco de las casuarinas, mañana a las ocho.
   Y allí estaba él, con dos manzanas, por si ella tenía hambre, tantos días sin comer…locutaba solo: —No sé por qué me decís que venga, son las doce y no llegaste, eso no me lo hiciste nunca, decime la verdad ¿Hay otro?
   Esa noche, en un sueño, se encontró con Catalina, flaca y desmejorada. —Perdoná que la otra vez no fui, igual escuché tu pregunta “¿Hay otro?”, Gregorio, me extraña, ojalá fuera como vos pensás, pero no, estoy sola y no sabés lo aburrida que es la muerte. Basta de encontrarnos en los sueños, debés tener esperanza, duele al principio, pero después se diluye. A mí me pasó con mi primer marido, yo algo te conté. El dolor con el tiempo se transforma en una foto que besás al pasar y luego confundís con la lista de compras…
   Gregorio se despertó transpirado, tuvo hambre por primera vez y se bañó de inmersión con espuma. Terminó de acicalarse, se miró al espejo y parecía como antes de aquello.
   Cruzó a la plaza, se sentó en el mismo banco, bajo las casuarinas. Tomó sol con ojos entornados, por vez primera no le dolía el pecho. Una Señora se sentó en el otro extremo, muy buena moza, sacó su tejido. —Qué linda mañana, no sabe cómo me gusta escuchar el sonido de las agujas cuando tejen.
   Ella suspiró y contó que desde su viudez, lo único que la distraía era tejer en ese banco…
   A Gregorio le cayó tan bien la Señora, que se animó: —Si no es entrometido ¿Cuál es su nombre, Señora?
   —No, no lo es para nada, Señor, mi nombre es Esperanza.    
                                                        

No hay comentarios:

Publicar un comentario