domingo, 27 de mayo de 2018

CÓMO COTIZA?



   Los Señores de la gleba nunca bajan al pueblo, por eso no tocan plata, cuentan vacas, parcelas de soja y calculan.
   —Sra Brígida Camposanto, le informo que su marido, cuando le paso al lado, me toca el culo.
   La Sra levanta sus ojos a los brotes de maíz: 
—Es que el Sr. calcula el peso del maíz, en tu trasero, es costumbre.
   Yo le contaría cuándo la Sra Frígida, perdón, Brígida, duerme de noche, él espera y saca provecho de mi cuerpo. No digo nada porque temo que me echen, o que el resto de la peonada diga: “Ahí va la Putita.”  Y yo no soy ninguna de esas cosas, sólo obedezco las órdenes del patrón. Anoche me dijo que tenía olor a campo usado y granitos por la mala alimentación.
   —A vos, que no le hacés asco a nada, bajá al pueblo, te ponés en la cola del cajero y sacás lo que necesites. Dicen de una casa de ropa: “Madame Bovary”, ahí elegite un vestido fetén, verde malva, largo, con cuello y puños de puntillas antiguas tejidas a mano, corset y la cintura marcada. Los aretes y gargantillas se los saco a Brígida, que no los usó nunca. Después te vas al “Savoir Faire” y que te bañen en espuma con olor a Francia, lijar el rostro y un peinado que inspire respeto, pienso rodete alto y resortes en derredor del rostro. Escaso maquillaje, una nada en pómulos, con la bocota que tenés, rouge no precisás. Te imagino así y ya me caliento. Perfume francés del caro, sin exagerar, una gota bajo los lóbulos y otra donde baja el corpiño hasta el ombligo.
   La Sra Brígida Camposanto, mostró piedad al ver que yo comiera con ellos. Le asombró un poco que me otorgaran la cabecera. Traté de hablar lo menos posible, para que no advirtieran mi bizarría. La Sra se sintió intimidada, ante el aspecto de joven formal, austera, distinguida, como si nunca hubiera bajado al pueblo.
   Esa noche, el Patrón, pidió mi mano antes de usar mi cuerpo: —Toda vos decí que sí, mi putita de noche, mi esposa de día. ¿Dale que sí?
   Para hacerme la fina dije: “Oui”. Bajé a desayunar con mi nuevo vestuario, él me esperaba, mientras la Sra Brígida Camposanto tenía mi uniforme de Mucama, sonreía con odio, tiró el café hirviente en mi vestido nuevo. Le dí vuelta la cara de un sopapo: —Frígida, ¡Mérde!, bajá al pueblo, ni se te ocurra aparecer.
   El Patrón cerró la escena con un aplauso, mientras comía de mi boca, la tostada que yo masticaba con fruición.

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