Los Señores de
la gleba nunca bajan al pueblo, por eso no tocan plata, cuentan vacas, parcelas
de soja y calculan.
—Sra Brígida
Camposanto, le informo que su marido, cuando le paso al lado, me toca el culo.
La Sra levanta
sus ojos a los brotes de maíz:
—Es que el Sr. calcula el peso del maíz, en tu
trasero, es costumbre.
Yo le contaría
cuándo la Sra Frígida, perdón, Brígida, duerme de noche, él espera y saca
provecho de mi cuerpo. No digo nada porque temo que me echen, o que el resto de
la peonada diga: “Ahí va la Putita.” Y
yo no soy ninguna de esas cosas, sólo obedezco las órdenes del patrón. Anoche
me dijo que tenía olor a campo usado y granitos por la mala alimentación.
—A vos, que no
le hacés asco a nada, bajá al pueblo, te ponés en la cola del cajero y sacás lo
que necesites. Dicen de una casa de ropa: “Madame Bovary”, ahí elegite un
vestido fetén, verde malva, largo, con cuello y puños de puntillas antiguas
tejidas a mano, corset y la cintura marcada. Los aretes y gargantillas se los
saco a Brígida, que no los usó nunca. Después te vas al “Savoir Faire” y que te
bañen en espuma con olor a Francia, lijar el rostro y un peinado que inspire
respeto, pienso rodete alto y resortes en derredor del rostro. Escaso
maquillaje, una nada en pómulos, con la bocota que tenés, rouge no precisás. Te
imagino así y ya me caliento. Perfume francés del caro, sin exagerar, una gota
bajo los lóbulos y otra donde baja el corpiño hasta el ombligo.
La Sra Brígida
Camposanto, mostró piedad al ver que yo comiera con ellos. Le asombró un poco
que me otorgaran la cabecera. Traté de hablar lo menos posible, para que no
advirtieran mi bizarría. La Sra se sintió intimidada, ante el aspecto de joven
formal, austera, distinguida, como si nunca hubiera bajado al pueblo.
Esa noche, el
Patrón, pidió mi mano antes de usar mi cuerpo: —Toda vos decí que sí, mi putita de
noche, mi esposa de día. ¿Dale que sí?
Para hacerme la
fina dije: “Oui”. Bajé a desayunar con mi nuevo vestuario, él me esperaba,
mientras la Sra Brígida Camposanto tenía mi uniforme de Mucama, sonreía con
odio, tiró el café hirviente en mi vestido nuevo. Le dí vuelta la cara de un
sopapo: —Frígida, ¡Mérde!, bajá al pueblo, ni se te ocurra aparecer.
El Patrón cerró
la escena con un aplauso, mientras comía de mi boca, la tostada que yo
masticaba con fruición.

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