miércoles, 16 de mayo de 2018

LOS HENIS



   Bajaron del auto con sus espaldas tristes, la misma forma del dolor al caminar. René y Johnny Henis regresaban del sepelio de sus padres. Ellos tenían ese nudo que tarda en deshacer el nunca del después. Iban abrazados, como hermanos unidos por cordones invisibles de afecto permanente. Los Henis eran una familia querida por todo el barrio, siempre con una sonrisa verdadera, padres excelentes que criaron a sus chicos sanos e independientes. René dejó de estudiar y Johnny siguió trabajando en su escribanía. Él lo convenció que no se obligara a estudiar, Johnny ganaba muy bien y lo que les dejaron los viejos, les permitía vivir con holgura. Ambos, anarquistas, enemigos acérrimos de casamiento, hijos, y ese sistema que la sociedad repetía como eslabones.
   Pasados los días, notaron que era imprescindible una Sra, para limpiar y otra para cocinar. René dedicaba su vida al trabajo de ebanista y fue el encargado de la selección del personal. Encontró un matrimonio de edad mediana, con una hija adolescente. Se tomaron cariño, la familia era gente muy humilde y sin trabajo. René y Johnny les cedieron la parte de arriba para vivir, la flia lloraba de emoción.
   La casa estaba demasiado limpia, decía René a Johnny: —A mí me gusta un poco de tierrita, alguna telaraña ingeniosa, no me gusta que me limpien el taller, pero me da pudor decirles.
   Se llevaban diez años, Johnny se reía: —Y bueno, estás a tiempo, te encargás de todo lo que hacen ellos…
   —No, para nada, me gusta el olor a limpio y ese dejo perfumado. Pero no podés negar que el viejo se va al carajo con las podas y el pasto cortadito al ras como los burgueses de mierda.
   Johnny le comentó a su hermano que la Sra que limpiaba, pasaba todas las noches por la puerta de su dormitorio, con un camisón provocativo, se asomaba y luego de un golpecito: —¿El Sr no gusta una vaso de agua?, voy para la cocina.
   —Yo me quedé tieso: “Gracias, pero no ¿Sería tan amable de cerrar la puerta?” Fue incómodo.
   René le confesó que la pendeja entró a su taller: —Perdón, René, ¿no le gustaría que le hiciera una trenza, así su pelo no le molesta para trabajar?
   —¿Podés creer que cuando preguntó ya estaba haciendo la trenza?
   Johnny, para no preocuparlo, no dijo que el viejo tomaba vino en la esquina, hasta las tres de la mañana. Ambos sentían cierto tipo de acoso. Cuando vieron las toallas femeninas en su baño, les parecieron las Invasiones Inglesas.
   Una noche la pendeja apareció desnuda en el cuarto de René, ahí no pudo negarse.
   —Johnny, anoche apareció la pendeja, no sé…a mí me parece que tendría que cortarla…es menor.
   El hermano no opinó, dijo algo que no se entendió y se fue al laburo. La noche siguiente, René vio a la Sra, salir del cuarto de Johnny, lo despertaron las risitas.
   El Domingo, la flia les avisó que iban a visitar unas tías y volverían tarde. Johnny y René encontraron interesante que se fueran algún día, aprovecharon para bajar al sótano, donde su padre les había dejado unos dólares y diez mil euros: “Es una protección, recuerden las cuatro baldosas, es donde está el barco del abuelo.”
   Cuando llegaron al piso del sótano, todas las baldosas estaban apiladas en un rincón, con estatuas rotas, era tierra removida y en un pozo de un metro, el barco del abuelo. La flia no volvió nunca más. El viejo no tomaba vino en la esquina, trabajaba de noche en el sótano. Por eso dormía tanto de día.
   Los Henis, contrataron una Señora de setenta y cinco años que les recordaba vagamente a su madre.

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