Bajaron del auto
con sus espaldas tristes, la misma forma del dolor al caminar. René y Johnny
Henis regresaban del sepelio de sus padres. Ellos tenían ese nudo que tarda en
deshacer el nunca del después. Iban abrazados, como hermanos unidos por cordones
invisibles de afecto permanente. Los Henis eran una familia querida por todo el
barrio, siempre con una sonrisa verdadera, padres excelentes que criaron a sus
chicos sanos e independientes. René dejó de estudiar y Johnny siguió trabajando
en su escribanía. Él lo convenció que no se obligara a estudiar, Johnny ganaba
muy bien y lo que les dejaron los viejos, les permitía vivir con holgura. Ambos,
anarquistas, enemigos acérrimos de casamiento, hijos, y ese sistema que la
sociedad repetía como eslabones.
Pasados los días,
notaron que era imprescindible una Sra, para limpiar y otra para cocinar. René
dedicaba su vida al trabajo de ebanista y fue el encargado de la selección del
personal. Encontró un matrimonio de edad mediana, con una hija adolescente. Se
tomaron cariño, la familia era gente muy humilde y sin trabajo. René y Johnny
les cedieron la parte de arriba para vivir, la flia lloraba de emoción.
La casa estaba
demasiado limpia, decía René a Johnny: —A mí me gusta un poco de tierrita, alguna
telaraña ingeniosa, no me gusta que me limpien el taller, pero me da pudor
decirles.
Se llevaban diez
años, Johnny se reía: —Y bueno, estás a tiempo, te encargás de todo lo que
hacen ellos…
—No, para nada,
me gusta el olor a limpio y ese dejo perfumado. Pero no podés negar que el
viejo se va al carajo con las podas y el pasto cortadito al ras como los
burgueses de mierda.
Johnny le
comentó a su hermano que la Sra que limpiaba, pasaba todas las noches por la
puerta de su dormitorio, con un camisón provocativo, se asomaba y luego de un
golpecito: —¿El Sr no gusta una vaso de agua?, voy para la cocina.
—Yo me quedé tieso: “Gracias, pero no ¿Sería
tan amable de cerrar la puerta?” Fue incómodo.
René le confesó
que la pendeja entró a su taller: —Perdón, René, ¿no le gustaría que le hiciera
una trenza, así su pelo no le molesta para trabajar?
—¿Podés creer
que cuando preguntó ya estaba haciendo la trenza?
Johnny, para no
preocuparlo, no dijo que el viejo tomaba vino en la esquina, hasta las tres de
la mañana. Ambos sentían cierto tipo de acoso. Cuando vieron las toallas femeninas
en su baño, les parecieron las Invasiones Inglesas.
Una noche la
pendeja apareció desnuda en el cuarto de René, ahí no pudo negarse.
—Johnny, anoche
apareció la pendeja, no sé…a mí me parece que tendría que cortarla…es menor.
El hermano no
opinó, dijo algo que no se entendió y se fue al laburo. La noche siguiente,
René vio a la Sra, salir del cuarto de Johnny, lo despertaron las risitas.
El Domingo, la
flia les avisó que iban a visitar unas tías y volverían tarde. Johnny y René
encontraron interesante que se fueran algún día, aprovecharon para bajar al
sótano, donde su padre les había dejado unos dólares y diez mil euros: “Es una
protección, recuerden las cuatro baldosas, es donde está el barco del abuelo.”
Cuando llegaron
al piso del sótano, todas las baldosas estaban apiladas en un rincón, con
estatuas rotas, era tierra removida y en un pozo de un metro, el barco del
abuelo. La flia no volvió nunca más. El viejo no tomaba vino en la esquina,
trabajaba de noche en el sótano. Por eso dormía tanto de día.
Los Henis,
contrataron una Señora de setenta y cinco años que les recordaba vagamente a su
madre.

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