A diferencia de
Angelito, sus padres no tenían la menor idea de lo que era un Hipódromo, sólo
jugaban al ta-te-ti y dominó, mientras él era un jugador empedernido. No
faltaba jamás al Hipódromo. Si ese día suspendían las carreras, iba al barrio
de los studs y disfrutaba mirar cómo los cuidadores los vareaban. Tenía dos
predilectos, jugaba a ganador, le hicieron ganar mucho dinero. Los amigos le
preguntaban, por qué no jugaba a caballos favoritos, a segundo o tercero.
—A segundo, es de cobarde y a tercero es de judío, si no
me creen observen.
—Sí era verdad.
Un día trajeron
a Fosforito, un caballo imponente y corría como flecha. Angelito andaba con
poca plata, tomó del joyero de su madre dos pulseras de oro, un prendedor con
tres brillantes y el collar de perlas cultivadas."Mamá jamás se pone nada, lo
que tenía eran regalos que ella no daba importancia". Angelito fue a una Casa de
Empeños y dejó una seña para recuperarlos en cualquier momento.
El domingo jugó
todo el dinero de las joyas a Fosforito, a ganador. Perdió, igual lo fue a
saludar, después de todo era un caballo que le había dado muchas
satisfacciones.
Dio unas vueltas
hacia ningún lugar. Visitó a su amigo 1, relató el episodio y esperó respuesta:
—Ahora, la cagada, ya te la mandaste, poné la misma ligereza en juntar el
dinero. Te dejo unos mangos, jugá a Yuyo el jueves, en la décima, quién te dice…
Angelito tocó la
puerta de su amigo 2 : —No me cuentes, me avisó 1, te fuiste al carajo y con tu
madre que es una santa mujer. Perdoná que te juzgue, me sacaste, no te puedo
prestar un centavo, acá en casa no queda nada, pero tengo una idea. ¿Si vas a
tu amigo 3, el judío de la peletería? Esa cifra a él le hace cosquillas, los
viejos viven en Israel y le dejaron vía libre.
Angelito,
devenido en zombi, fue a ver a su amigo 3, todavía las vidrieras estaban
iluminadas y el judío, contra la puerta, leía la Palermo Azul, para mañana. No
levantó la vista: —Siempre está el moishe, ¿no?, que es judío, pero te quiere,
xenófobo de mierda.
Le dio un abrazo
y le puso en el bolsillo las alhajas rescatadas. El dueño de la Casa de Empeños,
era su primo y recordó: “no sé por qué los judíos tienen tantos primos”.
—Andá directo a
lo de tu vieja…no me digas nada, chau.
Llegó tarde,
Angelito, los hermanos ya dormían. La puerta de la cocina entornada y escuchó
la voz de su madre y el ruido del diario.
—Ché viejo,
¡mirá esto! resucitó Perchita, llega ganando en Palermo, San Isidro y viene
para La Plata, dale viejo, jugame unos boletos…ganamos seguro.
A angelito le
pareció un sueño lo de sus viejos, pasó despacio para el dormitorio, metió las
alhajas en el joyero y se fue a la cama sin comer. Durmió como un Angelito
perdonado.

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