—Vamos todas, no
seas boluda. ¿No era que estabas podrida de los boliches del centro?
Yo no lo hacía
de cobarde, era una de mis primeras salidas a los trece años.
—¿A una quinta
de tipos más grandes que nosotras, alquilada para fiestas privadas? ¿Y a mis
viejos qué les digo? Me van a contestar cualquiera. Encima es por la loma del
orto. Un remisse hasta allá sale un huevo…bueno, no lo pienso más, voy con Uds,
a lo mejor hay un buen DJ.
Fuimos tarde,
había tarados conocidos y otros parecían conchetos, Clareta y Yusara
alucinaban.
—Tomá, Lucía,
son unas pastillas que te mandan al cielo, dale, dale.
Se las agregué
al whisky, a los cinco minutos no sabía dónde estaba. Un guarro, en cámara lenta,
metió el dedo en mi vaso, le dio vueltas.
—¡Dale, tomá
nena y vamos afuera, de la fiesta sos lo más!
Me dejé llevar,
tenía la orientación de él, de mí nada. No sentía ni frío ni calor, justo
pasaban un tema: “Anestesia”, eso, eso era lo que sentía.
Nos sentamos y
él, encima de mí, como si fuera una muñeca de trapo, dobló mis articulaciones.
El dolor hizo que llamara a Clareta, a Yusara. Ellas no escucharon. Salieron de
la camioneta cinco tipos y todos lo mismo que el primero. Siguieron cuatro
pendejos: —¡A estrenar! ¡A estrenar!
No pude
contarlos, pasó una camioneta sobre mi pierna derecha y el desmayo. La sangre,
la ambulancia, el hospital, primera cura. Alguien llamó, alguien atendió: —Acá
estamos, trabajando bien, hay gente idónea. ¿Por qué el traslado a Mar Del
Plata?
Llamaron del
Municipio, yo debía ser secreto. Reputación de hijos del poder, a salvo. Vino
mi flia, hicieron juicio, los testigos no quisieron declarar. El Juez dijo que
sin víctima no hay causa.
Mis padres
estuvieron conmigo, cuando salí de Terapia Intensiva. Les dieron una casa nueva, trabajo para mi
viejo desocupado y abrieron una cuenta, donde depositaban a nombre de mi madre,
una miseria. Tratamiento psiquiátrico, psicológico, hasta hoy. No quiero ver
nunca más a mi flia.
—Vivo en otra
ciudad, que nadie conoce, limpio casas de día, estudio de noche.

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