viernes, 4 de mayo de 2018

OXÍGENO

                                                                                              
   Todo lo que pide, Martita lo alcanza y se lo da, desganada. Si da risa que alguien en una silla de ruedas, no pueda prescindir de que le acerquen puchos, ceniceros, la lleven al baño, le limpien el culo. Martita le tiene un odio importante, más grande que la silla de ruedas y el alguien que allí está, pidiendo a los gritos, las pastillas. Martita prepara las pastillas y como en un sueño, le agrega las nuevas pastillas que compró, ella misma, en la farmacia. Alguien le da las gracias, exagerada, como los drogadictos, piensa Martita.
   Se las toma de un trago, ni mira cuantas mete en la boca.
   Martita se va enseguida, cierra todas las puertas y las ventanas. Se lleva varias prendas de alguien y unos dólares.
   Cuando el taxi se aleja, el oxígeno, es un regalo.

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