lunes, 14 de mayo de 2018

SOUVENIRES



   Tenía fama de hombre rico, el Pueblo estaba abajo y el Castillo de Barroco en el risco más alto. Era un hombre bueno, piadoso y muy ingenuo.
   Llegaban mujeres de otras comarcas, se instalaban en hostels y con prismáticos lo veían cabalgar sobre asnos o perros chow chow, tamaño Polo Norte. Exótico pero le gustaban todos los animales de la tierra. Conoció en baile fino a su primera mujer: Ana Boloñesa. Ella sacó provecho de Barroco y la segunda noche juntos, lo engañó con el ujier. Él no se enteró, hasta que el Marqués Cuentenlén, se lo hizo saber.
   —Ana Boloñesa, si no tienes techo, puedes quedarte, el Castillo es grande, pero lo nuestro terminó.
   Barroco lloraba en las faldas de su madre, el miriñaque de la vieja lo mecía. Una noche de tormenta, llamaron a su puerta, era la Princesa Debarrer. Él autorizó que permaneciera en el Castillo.
   —Cuando salga el sol tendremos una boda, antes solicito que saquéis tus volantes y pecheras, para ver si estás buena o sois anoréxica.
   La Princesa Debarrer quitó sus lienzos de inmediato y Barroco se infartó. Fue cosa de tres minutos. No quiso perder tiempo en menudencias, declaró nupcias inmediatas, mientras la Princesa Debarrer corría desnuda alrededor del Castillo, de tan contenta que estaba.
   Entendió Barroco, que a la Princesa Debarrer, le faltaban varios jugadores: —Lo nuestro ha terminado, si no tienes techo, puedes quedarte, el Castillo es grande.
   Intentó con otros tres matrimonios y todas le quitaban algo cuando dejaban el Castillo. Cada una se llevó un recuerdo, un dedo de la mano derecha, una feta de nariz, cuatro lunares de relieve, la nuez de Adán, las hemorroides externas y la rodilla izquierda. Barroco las complació a las cinco, por bueno, generoso, piadoso y muy ingenuo.

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