domingo, 20 de mayo de 2018

ESCRÚPULOS



   Querían vender la bóveda de Chascomús, primos y hermanos. Linda la bóveda, art nouveau, parecida a una biblioteca. Tantos ataúdes tallados a mano, con nombres que nadie recordaba, lindaba con la laguna.
   Cada vez que llovía se inundaba, la fuerza del agua abría las compuertas y los cajones salían y flotaban. Apesteguía, al que todos llamábamos: “La peste te guía”, con gritos que no escuchaba porque era sordo. Mi Papá, que todavía vivía, subía con él a un catamarán y con palos de gancho puntero, enganchaban de goznes oxidados, los ataúdes. Parecían felices de encontrarse y entraban solitos a la bóveda, algunos pretendían cambiar de sitio, pero se escuchaba la voz de mi tía Emma, lo único que le sobrevivía, con palabras mortecinas y autoritarias: —Cada uno en su lugar y un lugar para cada uno.
   Cuando cesaban las lluvias, se acomodaban los ataúdes, siempre faltaba alguno. Mejor…quedaban tíos geriátricos que ocuparían esos lugares. Papá estuvo de acuerdo en la venta, estaba cansado del mandato de recorrer cuatrocientos kilómetros, para llevar un ramo de flores, dos veces por mes.
   Se juntó el dinero para alquilar un cartel de ruta, destacando el beneficio del monumento, agregaron una foto de su inauguración fotoshopeada. El primer interesado, llamado: Augusto Chabrón, oriundo de Marsella, lo compró por one million de euros, con el mismo olor del perfume, una delicatesen.
   Llegado el momento del reparto, se produjo la batalla campal, tan agresiva y poco civilizada, que perdió la vida mi primo preferido, Lucas y dos de mis hermanos.
   —Bueno, hija, pertenecen a una generación sin crepúsculos, si no queda lugar en la bóveda, serán incinerados y puestos en jarrones de la Dinastía: “Yo quiero mi pedazo”. Es una traducción del chino que desconozco. Las cenizas serán esparcidas en el campo, tal vez la soja, aumente hasta el cielo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario