sábado, 12 de mayo de 2018

SEGUIR AL REBAÑO



   Los chicos jóvenes, vivían en un pueblo chico y aburrido. Ellos tenían el vicio de jugar a situaciones peligrosas y provocar desenlaces confusos, que les llegaran a caer lágrimas de tanta risa.
   Formaron pareja, sin casorio, para disgusto de las dos familias, acostumbradas a los disloques de los chicos.
   No les hablaron por un año, ellos no se preocuparon, un año sin cumpleaños, fiestas y comer asado los domingos, les parecieron buenas vacaciones.
   La casa era chica, pintada de blanco, malvones rojos, como las ciento y pico de casas del pueblito, nada diferente. Vera y Agustín necesitaban pasar desapercibidos, Vera usaba ropa de señora joven, pollera gris, saco azul, zapatos de taco carretel. Agustín chomba blanca, pantalones tostados, cinturón marrón. Ella rodete bajo, él casi a la gomina. Verlos juntos daba sueño.
   Iban a misa todos los domingos para parecerse al resto. Eran ateos y hablaban poco y nada con algún vecino. Sonreían complacientes a todo el que se le cruzara. No existía otra gente de la edad de Vera y Agustín. El pueblo no superaba los cincuenta años, largos. Vivían de una tía octogenaria, que les depositaba todos los meses, cifras interesantes, nada que llamara la atención, ni del Banco.
   Cuando llegaban a la casa, quitaban sus ropas caretas y andaban desnudos, Agustín decía: 
—Vestidos con nuestra propia piel.
   En invierno, con mucha calefacción y en verano una pileta mediana y aire acondicionado full time. Las medianeras altas, con cañas de puntas recortadas, para ocultar las plantas de cannabis, fundamentales en sus vidas. —Total, en este pueblucho no conocen ni el olor.
   Una noche de temperatura baja, propuso Agustín: —Che, Vera, te juego a que des una vuelta manzana, así como estás.
   Vera lo miró sin entender: —¿Vos decís así, en pelotas?
   Agustín le contestó que la esperaba en la pileta climatizada.
   Vera caminó, mirando casas, todas con luces cenitales, una mesa al medio y el televisor prendido. Dio otra vuelta y volvió corriendo, se metió en la pile.
   —¿Y?-Preguntó Agustín-.
   —Y nada, loco. No me vio nadie, me cagué de frío.
   Hacia el verano comenzaron los dos a salir desnudos a la calle, la gente los saludaba con bonhomía: —Ay, chicos, qué envidia, todos deberíamos andar así.
   Vera la entusiasmó: —Haga lo mismo, Doña, piense dónde vivimos, un pueblo que ni nombre tiene, no hay policía, no hay diarios…
   La Doña imitó a los chicos, se fueron pasando la voz y el pueblucho entero, andaba desnudo como si tal. Haciendo algún mandadito, o yendo al Banco. Fue una costumbre, aceptada hasta por el cura, que le sacó ese trapito que le ponen a INRI. No quería que a los parroquianos les pareciera que andaban pecando y suspendieran su concurrencia.
   Parece que alguien anduvo corriendo la voz y se enteró el Gobernador. Le mando un comunicado al Banco, no había Municipio ni Correo. Rezaba así: “Se comunica al pueblucho que no tiene nombre, que hemos resuelto que de ahora en más, se llame: Pelotas”.
   Agustín y Vera se pusieron contentos. Fueron nombrados Agustín Intendente y Vera Secretaria Privada.
   Invitaron a sus padres para la asunción mandataria, también asistió la tía octogenaria de su rentas. Los padres vivían en Montevideo, cruzaron a Brasil, se adentraron en el estado de Río Grande Do Sul. Estaban tan plenos de alegría, que se presentaron a la asunción de sus hijos, en la Ciudad de Pelotas, en pelotas.

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