Estuvimos juntos
seis meses. Cuando lo descubrí pensé, ése es. Según me contó, a él le sucedió
parecido, pero tuvo miedo que fuera casi una niña y ser acusado de vaya a saber
qué. Se produjeron intermitencias de un enorme deseo, pasar de los besos y
franelas a la idea completa de hacer el amor. De mi parte, hasta lo puse en
palabras, que él devolvió: —Sos muy chica, me da miedo por vos y por mí, tenés que
vivir muchas cosas antes, esto es una etapa.
Me dejó muda,
con la vergüenza de mi descaro y darme cuenta, años después, de la sensatez de
su reflexión: —Yo no sabía que para vos soy una etapa, no sé para qué carajo me
dijiste “Te quiero para siempre”. Ignoraba que te daba miedo. Para mí, eras las
puras mariposas en mi panza…
Me largó y sentí
que caía en un abismo sin fin. Tuve noticias, él andaba con una de las mejores
bailarinas del Teatro Argentino. Claro, era imposible que le diera pelota a
alguien que parece de doce, sin tetas, ni culo, un bagayo, bah.
Pasaron
veintitrés años y recibo su llamado:
—Pido perdón por ser tan obvio y cursi,
pero la memoria y verte en la Facu, me hicieron dar cuenta que te quería y eras
el amor de mi vida.
Me esperaba en
el Bar “donde antes”, concertamos hora. Sonaba como desafinada la propuesta,
aunque no carecía de misterio, además he salido con cada boludo, en este caso,
¿por qué no…? Para ver. Llegué puntual, ocupé nuestra mesa, vino el mozo:
—Estoy esperando a alguien, luego te pido, gracias.
Esperé más de lo
que corresponde, llené la mesa de origamis, hasta terminar todas las
servilletas. Me levanté y me fui. Había postergado dos clases. Di una vuelta
manzana y pasé de nuevo por el Bar. Lo vi de espaldas, encorvado, el pelo
blanco en canas, un pucho prendido, como si se fumara la vida, igual que antes.
Sentado con una molicie patética. Pasé a buscar a mi marido por el Estudio:
—¿Y? ¿Qué tal el primer amor que se tomó su tiempo?
Pasé por alto su
ironía: —¿Y? ¿Qué tal, fuiste a buscar los chicos al Cole como quedamos…?

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