—No entiendo,
vivía bien en mi sucucho y vos en tu casona de Adrogué. No será igual, pero la
casona está. Vos tuviste la idea de invitarme a vivir allí, María Augusta, yo
que siempre fui pobre, con un marido ausente y tres hijos abandónicos, ante tu propuesta:
¿qué te dije?
María Augusta,
con sonido de vieja fumadora:
—Estabas encantada, mucho gusto, para mí es un
placer, hermana de mi vida, la más bella, la…la… Y menos mal que te quedaste
ahí, o aquí. Me confundiste con tanto elogio interminable, para decir
simplemente: “Sí”
Gertrudis y
María Augusta acariciaban la ropa del vestidor abierto, vestidos de soirée,
seda cruda, cocida, bordados Richelieu, tahier de lino blanco, estilo Capitán
de barco, pantalones de saraganza, cierto pelo, transparencias con lentejas.
Y cuatro manos
llegaron a las pieles, un tapado campanario de mil visones sin criar. Allí se
abalanzaron las dos. Claro, tantos años, la humedad, el calor sin aire.
Gertrudis, de acariciar, pasó a magrear una abertura, mientras María Augusta
sobaba el otro lado. Ejercieron tal fuerza, que el abrigo se dividió en dos
partes iguales a la ambición de las hermanas.
—Tengo una idea
copiada de esas amigas conchetas que, enteradas de mi bancarrota, hicieron de
cuenta que no existo. Una venta de vintage, tenemos ropa de cuatro generaciones…
Gertrudis
recordó sus vecinas costureras, diestras en reestructurar lo que fuese. Su
hermana imaginó los cinco pisos de la casona y distribuir las ropas a la sans
faꞔon,
sobre maderas enceradas y percheros de doscientos años.
Pusieron avisos
en las páginas de Merqueado Libre. Querían viruelizar el tema. Usaron
conexiones (heredadas de sus padres) para entrevistas en la casona, que dejaron
sin reformar, respetando el estilo y la degradación natural de la época.
Diseñadores de
jardines ofrecieron agregar árboles, secuencias de flores y helechos, al módico
precio, que su nombre apareciera en los medios gráficos.
Adrogué recuperó
una parcela, de un lugar donde se construyeron a principios del novecientos,
casonas y quintas, donde el oxígeno era ambicionado por personalidades en
situación de enfermedades respiratorias.
Gertrudis y
María Augusta, dieron una vuelta por Europa, cuando se marearon de tanta
belleza, se afincaron en una isla griega: Triglifo, que no figura en ningún
mapa, en internet tampoco está.

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