jueves, 17 de mayo de 2018

INGENIO



  —No entiendo, vivía bien en mi sucucho y vos en tu casona de Adrogué. No será igual, pero la casona está. Vos tuviste la idea de invitarme a vivir allí, María Augusta, yo que siempre fui pobre, con un marido ausente y tres hijos abandónicos, ante tu propuesta: ¿qué te dije?
   María Augusta, con sonido de vieja fumadora: 
—Estabas encantada, mucho gusto, para mí es un placer, hermana de mi vida, la más bella, la…la… Y menos mal que te quedaste ahí, o aquí. Me confundiste con tanto elogio interminable, para decir simplemente: “Sí”
   Gertrudis y María Augusta acariciaban la ropa del vestidor abierto, vestidos de soirée, seda cruda, cocida, bordados Richelieu, tahier de lino blanco, estilo Capitán de barco, pantalones de saraganza, cierto pelo, transparencias con lentejas.
   Y cuatro manos llegaron a las pieles, un tapado campanario de mil visones sin criar. Allí se abalanzaron las dos. Claro, tantos años, la humedad, el calor sin aire. Gertrudis, de acariciar, pasó a magrear una abertura, mientras María Augusta sobaba el otro lado. Ejercieron tal fuerza, que el abrigo se dividió en dos partes iguales a la ambición de las hermanas.
   —Tengo una idea copiada de esas amigas conchetas que, enteradas de mi bancarrota, hicieron de cuenta que no existo. Una venta de vintage, tenemos ropa de cuatro generaciones…
   Gertrudis recordó sus vecinas costureras, diestras en reestructurar lo que fuese. Su hermana imaginó los cinco pisos de la casona y distribuir las ropas a la sans faon, sobre maderas enceradas y percheros de doscientos años.
   Pusieron avisos en las páginas de Merqueado Libre. Querían viruelizar el tema. Usaron conexiones (heredadas de sus padres) para entrevistas en la casona, que dejaron sin reformar, respetando el estilo y la degradación natural de la época.
   Diseñadores de jardines ofrecieron agregar árboles, secuencias de flores y helechos, al módico precio, que su nombre apareciera en los medios gráficos.
   Adrogué recuperó una parcela, de un lugar donde se construyeron a principios del novecientos, casonas y quintas, donde el oxígeno era ambicionado por personalidades en situación de enfermedades respiratorias.
   Gertrudis y María Augusta, dieron una vuelta por Europa, cuando se marearon de tanta belleza, se afincaron en una isla griega: Triglifo, que no figura en ningún mapa, en internet tampoco está.

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