Me usaba de
bastón, depositaba peso en mi hombro derecho de siete añitos, nunca le dije
nada porque sabía que había tenido poliomielitis, le restó crecimiento a su
pierna. Era muy coquetón y odiaba usar bastón. Una de nuestras diversiones era
recorrer calles de Buenos Aires, plazas con ombúes centenarios y mirar
estatuas. La preferida de mi papá era El Pensador de Rodin. Se detenía, lo
observaba de frente y luego de darle una vuelta entera, volvíamos a mirarlo de
frente. —Papi, ese señor ¿no puede hacer cacola y está pensando la fuerza que
deberá hacer?
Mi viejo era
limpio fóbico, nos sentamos frente el estreñido, en un banco. —Esperá princesa,
que le paso este papel con alcohol y descansaremos un rato. Te explico, este
señor está haciendo algo que deberían hacer todos los hombres del mundo, está
pensando. Fijate que descansa el mentón en el dorso de la mano y el codo en la
rodilla, porque en esa postura se piensa mejor…
Ocurrió algo
inesperado, una paloma hizo caca en el sombrero de mi papi. Enfureció, sacó más
papel con alcohol y lo limpió exhaustivamente.
Para él fue la
situación más traumática de ese día. Nos pusimos de pie, buscó cestos. —Estos
peronistas de mierda, no son capaces ni de poner cestos en las plazas.
Se le frunció el
ceño, juntó el papel que dejamos entre las maderas del banco y el que usó en el
sombrero. —¿Sabés lo que hago con estos papeles? Los pongo en el trasero del
pensador, a lo mejor tenés razón y el tipo está tratando de cagar enserio.

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