—Marchitar el
sol del verano con este frío, sin salamandra, con la estufa de gas que no
funciona.
Se queja, se queja, el aire acondicionado anda, dice que como está arriba no llega abajo y roba aire. No sé por qué la escucho, me junté con quejas. Tengo la cabeza caliente, es irónico. Vivir solo, hacer o no hacer, que nadie te cante en el oído cosas ajenas, reiteradas, iguales.
—Contestá cuando te hablo, préstame tu manta, tu bata, tu cazadora forrada en piel, yo no tengo nada, no vivas en mi casa, soy pobre. ¿No entendés? Yo tampoco sé por qué me junté con vos. Mañana, andate. Ah! Vivir sola, hacer algo, a vos no te importa. Mejor.
No le voy a contestar, encuentro el bolsote y lo lleno de mis cosas, falta poco y estoy conmigo, tengo las llaves del loco que está en España. La espío, ya se durmió. Salgo por la ventana, prolijo, cuando supe de ella entré por ahí.
Lo llamo y no contesta, el bolsote se fue con él adentro, hoy salgo a buscar trabajo. —¿No estás? ¿No es joda? Hacés chistes crueles… Tengo un trabajo enfrente, me compro una eléctrica con las chirolas que dejaste.
Cómo la dejó mugrienta el loco, acá hay una carta: “Te dejo la compu, un tele pantalla grande, la heladera, la cama con colchón nuevo, cocina. No lo hago de generoso, sabía que vendrías, por las baldosas flojas de tu pareja. Y en nuestro último saludo, te dejé el llavero en el bolsillo. No te juntes de nuevo, estar solo se parece a la felicidad. Lo digo porque sos el hermano que no tuve. Escribime, será una alegría, te advierto que cuando reciba tu carta, la voy a leer cuando se me cante. Vos sabés.”

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