Nadie lo invitó,
se invitó solo. Tardaron en abrirle, ellos espiaron por la mirilla mientras él
la tapaba con un dedo para asegurarse que no lo vieran. La familia Pedinoti
había preparado comidas sutiles y tragos largos. Los amigos insinuaban
sonrisas, era gente distinguida, nunca mostraban los dientes.
Se hizo presente
Rolo Canuto, los Pedinoti lo hicieron pasar. Él eligió el mejor lugar de la
mesa, la cabecera. Tenía el pelo engrasado, tomaba los cubiertos con los codos
en el aire, haciendo bailar tenedor y cuchillo, miraba alrededor y no
encontraba la comida.
—Señora
Pedinoti, ¿me puede llenar el plato? Y un trago largo, tiene buena pinta.
Comía con la
boca abierta:
—Tengo hambre,
me parece que voy a comer todo y beber también, por lo menos seis tragos
largos.
Todos hicieron
caso omiso de Rolo Canuto, hablaban entre ellos de temas aburridos. El Señor
Pedinoti ahogaba sus bostezos bebiendo agua. Rolo tomó lo que pudo y hasta le
robaba tragos a los invitados.
Dulce Liberal De
Martínez Dios monopolizaba las conversaciones.
—No sé si
ustedes saben que estoy relacionada con casi toda la nobleza europea. Es una
delicia pasear por los jardines de Buckingham, con la Reina Isabel del brazo.
¡Ah! Si ustedes supieran la cantidad de invitaciones que me brindan y en
algunas ocasiones las debo rechazar, para las actividades sociales, aquí les
resulto imprescindible.
El Señor
Pedinoti se quitó los zapatos y por debajo de la mesa, le acariciaba las
piernas a Dulce Liberal, de la rodilla hacia arriba. Ella suspiraba y decía:
—Más, más, más!
La señora
Pedinoti preguntó:
—¿Por qué dice
tantos mases?
Dulce Liberal
mirando al cielo, respondió:
—Porque quisiera
viajar más, disfruto tanto, amiga, como usted no imagina.
Hacia el final
dijo:
—Acabé!
Todos se sintieron
aliviados, por fin había terminado de hablar. Rolo Canuto se levantó de la
silla, haciendo ochos se fue sin decir nada.
El Señor
Martínez Dios, conocía muy bien a su mujer. Cuando le propuso viajar sola a
Isla Mauricio:
—Por supuesto,
tus deseos son órdenes.
Cuando pasaron a
la sala grande para tomar café, se dieron episodios diferentes. El Señor
Pedinoti, acarició los cabellos de su mujer, sin que nadie se diera cuenta.
Dulce Liberal
esperaba el plato de los quesos y recordó el olor a queso que tenía el Señor
Pedinoti en los pies.

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