A precio muy accesible había una casa vieja
en un médano ante rodeado de follaje, sin ninguna construcción a su alrededor.
Se fueron a vivir las tres, el primer piso
lo ocupó Julieta, el segundo Rosita y en el último la instalaron a la madre
entrada en años roncaba en demasía, le agregaron una puerta blindada.
La casa estaba amueblada, hasta vajilla
había. Toda cubierta de sábanas blancas y así la dejaron. Mientras Julieta
dormía se hizo un agujero en el empapelado, era ella misma, pero con cara de
monstruo hambriento, prendió la luz y se desmayó cuando miró al espejo. Rosita
no conciliaba el sueño, algo raro pasaba en sus aposentos, una viga le cayó
encima. Se tomó de la cintura y era Rosita partida en dos.
Con el torso fue a ver a su hermana que le
abrió y le pegó dos arañazos en la frente, quedó ciega. El monstruo de Julieta
se asombró, le dio hambre y comió a su hermana hasta la cintura, más no había.
La madre se durmió con el tejido en la mano.
Soñó que sus hijas le venían a dar de comer la otra mitad que había sobrado. Se
despertó sin nada de hambre y trasvasó la puerta blindada.
Pidió un Uber mientras les gritaba:
─Vamos chicas! Que lo que pasa aquí no me
gusta nada. Yo no creo en esas cosas pero esta casa está embrujada.
Alcanzó a escuchar voces medievales que
susurraban.
─Por fin se van, esta es nuestra casa y la
vamos a recuperar. Son unas tilingas transformistas, por eso huyeron.
Las chicas y su madre mantuvieron en silencio
lo que pasó. De todos modos nadie les hubiera creído.

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