martes, 15 de agosto de 2023

EXPANSIÓN

 

   El mar no me gusta porque tiene mucha agua, hasta se permite besar el horizonte. La soberbia de matar el sol en un lugar y hacer que nazca en otro. Esa histeria de las olas, que quieren comerse la playa y luego se arrepienten, para más tarde pretender lo mismo. Cuando se brota huyendo, como millones de locos malos, quiere dar envidia, dejando a la vista toda clase de joyas, que son suyas, hechas por los orfebres de sus propios movimientos.

   Esas sorpresas de extenderse sobre territorio ajeno y retirarse violento, llevando a sus entrañas casas, puentes, montañas, caminos y personas. De ambicioso, como los poderosos mitológicos.

   Después, empachado de tanto, deja los huesitos en orillas diferentes. Embauca a más de uno en sus hipnóticos bailes, atrapa los deseos, que jueguen con él y le naden por encima o le buceen profundidades que suelen ser mortales. Él se ríe, para siempre, sabe que eso durito que vive fuera de él, algún día, será todo suyo.

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