Estoy cansado de
estar cansado, salgo de éste y traslado mi cansadez a otro trabajo. Los días
continúan de tal forma, que no advierto si es lunes o martes o miércoles. El
domingo me presenté a trabajar, olvidé que es mi día libre y el de casi todos.
Casi.
Salía de copas
con una puta encantadora, la prefería a una novia que dijera pelotudeces. Esta
chica, la puta, decía y hacía cosas sorprendentes.
—Ché Gladys (así
se llamaba la puta) ¿y si nos vamos unos días a Colonia?
Contestó:
—Ni en pedo! Ahora
llegan mis mejores clientes, los que pagan demás y les interesa ser escuchados.
Como vos, que no hablás, pero decís más cosas que cualquiera.
Sentí que me
cortaba el rostro, estaba en su derecho. Un domingo confesó que me amaba.
—Aunque no lo
creas necesito ser tu esposa, sin cepo, odio ser acaparada en mi totalidad.
Quedó
embarazada, la encerré con cuatro llaves, hasta que parió un hijo, igual a mí.
—¿Sabés pichón?
Sos el único cliente con quien no usé forro.
Me llenó de
felicidad el advenimiento y le propuse anotarlo: Fidel Cansatti. Le brillaron
los ojos y a mí me latía el corazón.
Cuando se mandó
la primera putada, tomé un avión a Canadá y llevé a mi niño Fidel. Gladys nunca
supo nuestro destino.
Cuando Fidel
creció, preguntó quién era su madre.
Le contesté
directo:
—Tu madre es una
puta, no le cuentes a nadie o te van a llamar hijo de puta.
Él contestó:
—Papá, sos un
antiguo, es un trabajo como cualquiera.

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