domingo, 13 de agosto de 2023

ENCUENTROS DE SEGUNDO TIPO

 

   El Doctor Colescul recomendó internarlo. Pendenciero, manolarga y violaba mujeres jóvenes y viejas, la edad no importaba. Martín Loloco adicto al sexo, era huérfano y no apto para la cárcel, dictaminó el Juez de la causa. Una sola mujer presentó la denuncia, una entre treinta y cuatro.

   Dejó la vergüenza de lado para defender su buen nombre y honor. Martín Loloco fue dado de alta luego de ocho años. Con tratamientos no agresivos. Aprendió a respetar al prójimo y en el mientras tanto estudió psicología.

   En un lugar distante, en los suburbios de la ciudad, vivía una mujer solitaria que escribía por la única razón: darle placer a su imaginación. La señorita Marga Morgan llegó a publicar tres libros, comprados por sus padres, dos amigos de su infancia y cuatro desconocidos. Toda su familia eligió mudarse al centro de la ciudad, se desconocen las razones pero nunca más se vieron. En los principios de la vejez, le tomó una artrosis que no le permitía ni tomar una lapicera.

   Como no tenía tratos con nadie, llamó por el viejo teléfono de bakelita al psicólogo Martín Loloco. Marga pensaba que su situación física era producida por alguna deformación de su mente. El psicólogo Loloco se presentó en su casa con inmediatez.

   Cuando le abrió la puerta ella le pedía disculpas por el desorden que había en el cuarto.

   ─Marga disculpe mi conclusión, el desorden de su cuarto no interesa, yo tengo mi casa entera sin ningún orden y como vivo solo no me importa. La artrosis que la limita debe tener relación con algún episodio que haya ocurrido en su infancia o…no sé, usted me dirá.

   Ella le respondió desconocer por qué le sucedía lo de no poder escribir, la única actividad que le complacía.

   ─Mire, Marga, vamos a proceder así, yo le mando mi chofer una vez por semana, él la trasladará a mi consultorio y creo que podemos dilucidar sus problemas, hablando en una relación psicólogo que soy yo y paciente que es usted. Esta atención será totalmente gratuita. Quiero que sepa, é leído sus tres novelas y la admiro y respeto.

   ─No me diga eso, por favor, soy demasiado vieja para ruborizarme por sus elogios. Lo espero con ansiedad. Ojalá que me ponga las cosas donde usted quiera ponerlas.

   ─Qué sentido del humor y cuanta verdad hay en sus palabras, yo tengo debilidad por ponerla, es como su artrosis, no puedo detenerla.

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