El Doctor Colescul recomendó internarlo.
Pendenciero, manolarga y violaba mujeres jóvenes y viejas, la edad no
importaba. Martín Loloco adicto al sexo, era huérfano y no apto para la cárcel,
dictaminó el Juez de la causa. Una sola mujer presentó la denuncia, una entre
treinta y cuatro.
Dejó la vergüenza de lado para defender su
buen nombre y honor. Martín Loloco fue dado de alta luego de ocho años. Con tratamientos
no agresivos. Aprendió a respetar al prójimo y en el mientras tanto estudió
psicología.
En un lugar distante, en los suburbios de la
ciudad, vivía una mujer solitaria que escribía por la única razón: darle placer
a su imaginación. La señorita Marga Morgan llegó a publicar tres libros,
comprados por sus padres, dos amigos de su infancia y cuatro desconocidos. Toda
su familia eligió mudarse al centro de la ciudad, se desconocen las razones
pero nunca más se vieron. En los principios de la vejez, le tomó una artrosis
que no le permitía ni tomar una lapicera.
Como no tenía tratos con nadie, llamó por el
viejo teléfono de bakelita al psicólogo Martín Loloco. Marga pensaba que su
situación física era producida por alguna deformación de su mente. El psicólogo
Loloco se presentó en su casa con inmediatez.
Cuando le abrió la puerta ella le pedía
disculpas por el desorden que había en el cuarto.
─Marga disculpe mi conclusión, el desorden
de su cuarto no interesa, yo tengo mi casa entera sin ningún orden y como vivo
solo no me importa. La artrosis que la limita debe tener relación con algún
episodio que haya ocurrido en su infancia o…no sé, usted me dirá.
Ella le respondió desconocer por qué le sucedía
lo de no poder escribir, la única actividad que le complacía.
─Mire, Marga, vamos a proceder así, yo le
mando mi chofer una vez por semana, él la trasladará a mi consultorio y creo
que podemos dilucidar sus problemas, hablando en una relación psicólogo que soy
yo y paciente que es usted. Esta atención será totalmente gratuita. Quiero que
sepa, é leído sus tres novelas y la admiro y respeto.
─No me diga eso, por favor, soy demasiado
vieja para ruborizarme por sus elogios. Lo espero con ansiedad. Ojalá que me
ponga las cosas donde usted quiera ponerlas.
─Qué sentido del humor y cuanta verdad hay
en sus palabras, yo tengo debilidad por ponerla, es como su artrosis, no puedo
detenerla.

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