Tenía cáncer, los Médicos decidieron
operarlo. En medio del estómago abierto, encontraron una bolita roja alojada
muy cerca del páncreas.
—Mire Sr
Valiente, le devolvemos la bolita roja, así tiene un souvenir como recuerdo de
esta operación complicada. Estuvo mal diagnosticado, usted cáncer no tiene.
El Señor
Valiente se enojó con todos, cuando era chico jugaba a las bolitas y esa, que
le habían quitado, era justo su punterita. Se la tragó de chico, para
esconderla en algún lado donde nadie la descubriese. Fue el tiempo donde en
cada competencia ganaba siempre. Logró salir campeón de la vereda. Tenía un
hermano grande y tan estudioso, que llegaba temprano a la Facultad.
Un día que el
Señor Valiente tenía todo servido, llegó el hermano flaco, alto, hábil y con un
roce apenas le pegó a “su punterita”.
El Señor
Valiente sumido en su primer fracaso, rompió su caja de bolitas, menos una, la
punterita, devolución de su hermano el estudioso. Tragó su tesoro con un vaso
de leche tibia. Cuando deponía reparaba bien en no haber cagado su punterita.
Fue así que
quedó incrustada entre estómago y páncreas. Años y años revolviendo mierda, para
asegurarse que la punterita todavía le pertenecía.

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