Sacó un pasaje para India. Que a nadie se le
ocurra viajar con una mujer embarazada, por eso la dejó con su hermana.
La chica que le expendió su pasaje, se
equivocó y le vendió uno a Brasil.
¿Qué tendrá que ver un país con el otro? Le
anuló su expectativa, aquella confusión pero no le dijo nada porque era joven y
nueva (se notaba).
Quería asistir al concierto de Ravi Shankar,
sus hijos y amigos acompañados por sitar, violín y un músico japonés que
aportaba shakuhachi, flauta japonesa, koto y cítara. Tenía sus entradas sacadas
con anticipación.
Estaba ansioso de conocer la ruta de Goa, Katmandu
y Sri Lanka. Se viajaba a dedo y había drogas maravillosas que permitían ver un
paisaje sorprendente. Todo hipones con mochilas chicas.
El Ganges, un río con cadáveres que
flotaban, igual si se lo bancaba pensaba nadar en aquel río, había sectores con
botes encargados de correr a los muertos para poder nadar o bautizarse. Todo
aquello se lo perdió.
Bajó en Río de Janeiro, huyó de tanta gente
y se fue al Buzios de los setenta, en un transporte destartalado que en aquel
tiempo era la única forma de llegar. Era el puro morro, con casas de pescadores
blancas con puertas y ventanas azules.
Alquiló una cabaña por monedas, contrató una
mulata joven para limpieza, preparación de comidas y lavado de ropa. Apenas
tres mudas llevaba. Su nombre era Clareta, tenía un culo bamboleante y unas
tetas redondas firmes y tentadoras. Clareta le acercaba la clásica feijoada con
arroz y un pescado crocante.
Cuando comía le apoyaba las tetas en los
hombros y él se calentaba cada día más. En especial cuando ella se ponía de
espaldas para lavar los cacharros. Un día la tomó por culo y se la cogió de
pie, mientras le apretaba las tetas y ella gemía como gata en celo. Lo llevó a
conocer las mejores playas, de noche se bañaban desnudos y era un placer mirar
la luna y las estrellas haciendo la plancha.
Encontraron un pozo de tamaño ideal para
tomar un baño donde sólo se alcanzaba ver desde el mar sus cabezas. Pasaron a
unos metros de distancia, tres canoas de pescadores, reconocieron a Clareta y
les gritaron:
─Le vamos a contar a su esposo…
─A mí no me importa, si él hace lo mismo con
mi hermana…
La mejor playa era acedinha. Contaba con un
frambuaiá de flores naranjas y un banco deteriorado que venía muy bien para
mirar el horizonte. En aquel tiempo no había argentinos, esa era otra de sus
virtudes, no hay nada peor para un argentino que encontrar otro argentino.
Le
pidió a su padre, esclavo de Buenos Aires si no le podía mandar dos pasajes a
India. Lo beneficiaba ser hijo único con padre rico. Recibió los pasajes de
inmediato.
Clareta saltaba, corría, lo abrazaba y le
agradecía como sólo ella sabía agradecer.
Llegaron al concierto de Ravi Shankar y
viajaron a Goa. India los hizo sentir tan cómodos que decidieron vivir ahí.
Llegaron a ser profesores de yoga y de eso vivían.
Bueno, se me terminó e cuaderno, dejo aquí.

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