lunes, 18 de marzo de 2019

DE MANOS Y VILLANOS



   —Decime, ¿vos me sacaste la remera blanca?
   Empieza con la blanca, sigue con la negra, la bufanda que me regaló, era de ella. Todo mal con mi vieja. —Escuchame, vieja, son cosas que no usás más, ser tan pijotera conmigo, me recuerda que mi viejo tiene para comprarme un guardarropas entero.
   Mira torcido, del viejo no se banca ni que se lo nombren.
   —Mirá, nena, viejos son los trapos.
   Es una pobre mina. —Qué original, Mami, es la primera vez que lo escucho.
   Tenía cuatro años y vi cómo Papá la arrastraba del pelo al último cuarto, no se molestaban en cerrar la puerta, las piñas eran más rápidas que las uñas de Mamá. Él estaba celoso de los ascensos laborales de ella. Apareció un tipo alto, de bigotes negros y voz gutural. Papá no estaba. —Conseguí dos deptos en Bs As, uno para nosotros y al lado otro para tus tres hijos. La semana que viene te dan traslado a tu nueva oficina, contigua a la mía.
   Nosotros estábamos contentos con Flavio, recorríamos lugares desconocidos, montábamos caballos mansos, caminábamos arroyos pisando cantos rodados. Mi Papá que era nómade, se fue a vivir a La Quiaca. Flavio quería a mis hermanos como hijos y a mí también, yo le notaba actitudes raras. Él bañaba a los chicos primero y después a mí sola. Con mis hermanos usaba esponja, a mí me bañaba a mano.
   —Dejame que te enjabone la cola. ¡Mirá cómo crecés, tenés tetitas incipientes!- Y me besaba cada una-.
   —Sos muy linda. ¿Te gustaría que me meta y nos bañamos juntos?
   Comprendí por qué a Mamá le gustaba tanto, daba besos y suaves caricias, era un Príncipe. Nunca conté lo que pasaba, ni a mi mejor amiga. Esos recuerdos quedaron en mi cabeza.
   Cuando ya estábamos en Buenos Aires, Flavio no me jodió más, parecía tener miedo que yo contara y nunca me miraba a los ojos. Nosotros nos quedamos solos en ese depto y Mamá y Flavio, al lado, ella quedó embarazada. Instalaron aire acondicionado y calefacción. Los días de altas temperaturas, nos dejaban entrar, para que jugáramos con el Bebé y ellos se iban al cine.
   Cuando volvían, Flavio le daba plata a mi hermano más grande, para que nos compráramos una pizza y volviéramos a nuestro depto. Durante una semana les tocamos timbre y no atendían, tampoco se escuchaban sonidos ni palabras. Igual nos criamos solos, Flavio se fue con otra mina y Mamá quedó internada en un neuropsiquiátrico, en pocos días volvería. Esto nos lo contó la Portera, dijo que si necesitábamos algo, la llamáramos, igual venía a vernos todos los días. Yo lavaba y tendía la ropa en la terraza.
   Un día lo ví, estaba flaco, con barba y fumando en pipa. Tenía un pie al borde del lugar y con el otro se balanceaba como danzando. Se me ocurrió sin pensar, lo empujé y pude ver su pipa por un lado, le faltaba un zapato y el pañuelo que llevaba al cuello, tardó más que Flavio en llegar a las baldosas.

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