Se los olvidaron
en un médano, todos los médanos son iguales, los llamaron con gritos no muy
convencidos. Se perdieron entre los médanos.
—Sara, ¿te
parece que los busquemos?
—Yo creo que son
un gasto inútil. Es mejor librarlos a su suerte.
Volvieron de la
mano, se metieron en la bañera, no había jabón, no les importó, la arena salió.
Corrieron a las piezas de los chicos y metieron todo en bolsas de consorcio.
Ocupaban lugar y querían hacer otro baño y ampliar el escritorio.
Llamaron a la
puerta un día de lluvia: —Hola!
—Hola!
—Hola!
Los tres, una
verdadera desgracia.
—¡Se puede saber
por qué vinieron tan tarde! ¡Tenían permiso hasta las tres!
Pirucho, el
Padre, fue más benigno: —Decime, Sara, ¿quiénes son estos tres chicos? Viste
que soy poco fisonomista. ¿De dónde salieron? ¿Cómo van a tocar el timbre a las
doce de la noche? No les demos nada, si no, no nos los sacaremos más de encima.
—Es obvio que
sus Padres no los soportan y los tiraron por ahí, hay muchos Padres que últimamente
hacen lo mismo, Pirucho, acordate, hace poco vimos tres bolsas de consorcio. Se
escuchó una vocecita que decía: “Por fin solos! Sin nadie que nos mandonee, ni
nos rete. ¿Qué les parece?” Y de otra bolsa escuché una respuesta: “Esto es lo
más. Sería interesante que nos fuéramos antes que vengan los recolectores.”
Nos dio pena que
existieran Padres tan desamorados!

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