Complicaba sus
certezas, quedaba suspendido en un pasado y le molestaba revisar lo que no pudo
terminar. Ella no volvería, pero la extrañaba y no era consciente del por qué.
Recurrió al Analista de siempre, aunque hacía siete años que suspendió sus sesiones.
—¿Vos estás
seguro de no saber las razones de la extrañadura?
—Sí, por eso
vengo, no tengo deseos de revolver lo anterior. Es como vaciar una bolsa de
consorcio, para encontrar la tapa de una mermelada.
—Gustavo, ¿no
será que todavía la querés? ¿Y negás ese sentimiento, por saber que ella no
volverá?
—Yo estoy seguro
que podría perdonar las tres horas que le lleva ducharse, depilarse las
piernas, sacarse los bigotes, ponerse rimel, desodorante y repasar el baño.
Olvidar el beso de la despedida. Salir de noche y volver a la madrugada, con el
calzón en la cartera, los botones desabrochados, el cierre abierto y la pintura
corrida. La perdono porque son formas de ser.
—Gustavo, me
parece que tu mujer es ninfómana y es una enfermedad.
—Sin embargo
tiene una salud privilegiada, sale todas las noches con ex compañeros de la Primaria,
del Secundario y de la Facultad. A mí me comenta que no quiere quedar mal con
ninguno y todos tienen problemas que ella trata de solucionar, claro, llega a casa,
muerta. Hace dos días, me dijo que se iba y no volvería. ¿Qué te parece que
haga?
—Yo en tu lugar,
Gustavo, averiguo dónde vive, voy y la mato. Nos vemos el miércoles venidero, a
las cinco de la tarde. Si no solucionás tus problemas como te señalé, no
vengas.

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