Arribó al
pueblucho, la Reina Dánica Segunda y su hijo Donicoso. El Intredente la
recibió, porque a la Reina, hay que acompañarla, así reza el nefasto Pratocolo.
La Reina Dánica Segunda Parte, visitó la Iglesia Dánica, a pesar de ser atea y
dijo: —¡Qué linda!
El Salón Blanco,
de la Municipalidad, que es un tubo largo, tanático y dijo: —¡Qué lindo!
Saludó por un
balcón inundado de flores, que nos deben haber costado una fortuna, en vez de
saludar con el brazo a la altura del sobaco, se tenía el sombrero, con ala
blanca y florcitas, porque se lo hicieron grande y viajaba de izquierda a
derecha. Desde allí, hasta el resto de su atuendo, tenía color rosa chicle.
Luego de la salutación,
de algunas personas alquiladas, la llevaron en un auto largo inútil, hasta un
campucho usado como motel, la metieron en un sillón, toda rodeada de vegetación
florida y de vejetas pretenciosas. —Decime, Carol, la falda ¿le tapa la
rodilla? ¿o le llega a los gemelos?
La amiga, sin
mirarla, la retó: —No se hacen preguntas íntimas de una Reina como Dánica Segunda.
Otra inquirió: —¿Por
qué no se saca los guantes?
Una botoxienta,
contestó: —Para no llevarse microbios y bacterias argentinas.
Le convidaron cafecito,
mientras un conjunto de niñas, con ropas típicas Danicosas, arremetieron con
una danza del paisito de la Reina Dánica Segunda Parte, que hacía amagues de
aplaudir, antes que las niñas finalizaran. Dijo: —¡Qué lindo!
Luego, el
almuerzo llegó a la Reina, le cambiaron el sillonete de respaldo alto, por uno
más bajo. El ala del sombrero le impedía girar la cabeza y se le iba encima de
la entrada: sopa de morcilla, con visón triturado. El plato principal: muñones
de novillo, son salsa bellamiel y crotones de chiripá. A los postres, muñecos
de masacul, con el formato de John Pulg. Luego de largar un eructo descomunal,
la Reina Dánica Segunda y su hijo Donicoso, que comió con los peones, agradecieron
con su clásico: —¡Qué lindo!
El pueblucho,
guarda tantos secretos, que nunca nadie supo, a qué carajo vino, la Reina Dánica
Segunda Parte.

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