El Subte-tren,
cuyos asientos estaban enfrentados, tenían dos características, o sentirse
llevado hacia atrás, que a Trosna le daba náuseas, o el asiento que transcurre
todo el viaje mirando el paisaje hacia adelante, a Balto le interesaba la
Señorita Trosna, su gesto de desprecio hacia un pasado reciente. Él miraba el
perfil de la amargura de Trosna, imaginó que antes de subir al transporte había
matado a su marido. Tan blanca, la postura del culpable que no se perdona.
Balto era un profundo
inquisidor de las posturas y los gestos. Pasaba por alto que la mujer tendría
una indisposición por tomar un té abundante y al ser llevada hacia atrás, la
ingesta se pegó a su espalda y la digestión le dio náuseas.
Por tanto era
inocente del crimen de su marido, el irrefrenable deseo de comer todo lo que en
la mesa estaba. Sonaron las campanadas de la Iglesia y con la boca llena llegó
al Subte-tren. Balto se reía solo, de la invención. Esa mujercita, con esa cara
angelada, no podría matar una persona. Quedó vacío el asiento de al lado,
Trosna cambió su lugar y se sentó al lado de Balto. De inmediato abrió la
ventanilla y el viento le dio color a sus mejillas, le despeinó el pelo y los
ojos se achinaron. Pidió disculpas a Balto: —Sabe qué pasa?, tomar el asiento
que el paisaje va hacia atrás, me marea. Estoy embarazada. Mi marido es un
hombre viejo, si se entera que viajé sola en el Subte-tren, me mata. No quiere
que hable con desconocidos. Es una persona mala, golpeador y mafioso. Hice una
salida para comprar este revólver. -Abrió la cartera y se lo mostró-. Cuando
vuelva a casa, en el abrazo con púas que me va a dar, le meto cuatro balazos en
la espalda, no quiero que mi hijo tenga ese Padre, aunque el verdadero Padre,
es el hijo del viejo.

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