domingo, 3 de marzo de 2019

DESCONOCIDOS



   El Subte-tren, cuyos asientos estaban enfrentados, tenían dos características, o sentirse llevado hacia atrás, que a Trosna le daba náuseas, o el asiento que transcurre todo el viaje mirando el paisaje hacia adelante, a Balto le interesaba la Señorita Trosna, su gesto de desprecio hacia un pasado reciente. Él miraba el perfil de la amargura de Trosna, imaginó que antes de subir al transporte había matado a su marido. Tan blanca, la postura del culpable que no se perdona.
   Balto era un profundo inquisidor de las posturas y los gestos. Pasaba por alto que la mujer tendría una indisposición por tomar un té abundante y al ser llevada hacia atrás, la ingesta se pegó a su espalda y la digestión le dio náuseas.
   Por tanto era inocente del crimen de su marido, el irrefrenable deseo de comer todo lo que en la mesa estaba. Sonaron las campanadas de la Iglesia y con la boca llena llegó al Subte-tren. Balto se reía solo, de la invención. Esa mujercita, con esa cara angelada, no podría matar una persona. Quedó vacío el asiento de al lado, Trosna cambió su lugar y se sentó al lado de Balto. De inmediato abrió la ventanilla y el viento le dio color a sus mejillas, le despeinó el pelo y los ojos se achinaron. Pidió disculpas a Balto: —Sabe qué pasa?, tomar el asiento que el paisaje va hacia atrás, me marea. Estoy embarazada. Mi marido es un hombre viejo, si se entera que viajé sola en el Subte-tren, me mata. No quiere que hable con desconocidos. Es una persona mala, golpeador y mafioso. Hice una salida para comprar este revólver. -Abrió la cartera y se lo mostró-. Cuando vuelva a casa, en el abrazo con púas que me va a dar, le meto cuatro balazos en la espalda, no quiero que mi hijo tenga ese Padre, aunque el verdadero Padre, es el hijo del viejo.

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