—Es el primer
jazmín que salió, te lo traje en un frasquito con agua, si querés apóyalo en el
escritorio, si no ponelo en tu rodete. Te invito a comer a las 21hs, si veo el
jazmín en tu pelo, es que aceptás. Nada de cambiarnos, vamos como estemos. Así
notarás que no es una redada para otra cosa, que no sea charlar.
—Por eso acepto,
no me gusta hacerlo con hombres casados y vos sos casado.
—Bueno, Acacia,
es una salida inocente.
—Tu mujer dijo
que sos un hombre sin mácula, fiel hasta el fin, espero no manchar con rouge tu
camisa, es una broma, ja, ja!
La maldita llama
a todas mis Secretarias, se hace la amiga y si se entera de algo, me lo dice
con soberbia. Debo despedirlas. Me da tanta pena, ellas aceptaban, por temor a
perder su puesto. Soy un cretino, no me lo perdono. Con Acacia fue distinto, me
enamoré como un pendejo, nunca tuvimos sexo. La maldita de mi mujer, no creyó
mi historia.
Estaba en mi
computadora y un repentino mensaje: “Su mujer, Rosa María, salió con todos los
hombres que eran de su agrado, y no para jugar a las figuritas. Le paso por
celular los mensajes de su mujer, hay llamadas perdidas, todas tienen
respuesta.”
A él se le nublaron los ojos, los años
juntos… El dueto ignorado. Los perdones falaces.
Salió de la
Oficina, dejó el sombrero, las carpetas, el sobretodo, caminaba sonámbulo, la
memoria se le perdía a cada paso. No percibió el sonido del tránsito, el peso
de las ruedas pasaba por su cuerpo. Sintió alivio.

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