No había nada en
la cima, hasta el nombre era inquietante: “Las Ánimas”. Mi hijo preguntaba:
—Son
fantasmas?, espíritus de muertos?, yo veo las nubes, a veces duermen en Las
Ánimas. Por mi ventanita vi caminar un hombre, otra vez uno bajito y uno alto,
llevaban linternas, hay antenas con una casilla blanca, abajo.
El Padre lo
escuchaba con atención, nuestro hijo es un chico muy inteligente, era normal,
tal vez por ser único era el “muy”. Nosotros queríamos que alguien arrancara
esas antenas. Molestaba la visión de la sierra, lisa, con verdes y piedras
grises, al atardecer rosadas. Hicimos un ascenso que resultó complicado, desde
abajo no parecía tan escarpado, nos asustó una pendiente vertical sorpresiva.
Se iba haciendo el anochecer, tomamos unos mates y escuchamos alguien cantando.
Era un viejo bajo y erguido, silbaba alto y llevaba una escopeta cruzada.
Roco quería
saludarlo.
—Ni se te
ocurra, hay un cartel que dice “Prohibido pasar”.
Insistía: —Pero
está oxidado.
De pronto el
viejo nos iluminó y escuchamos su voz perdida en el viento: —Esto es privado,
fuera!
No sabíamos que
toda la sierra era privada. Cuando el viejo entró a la caseta blanca, subimos la
segunda Ánima y encontramos un ojo de agua. El calor derretía, la luna
reflejada, invitaba a un chapuzón. Fuimos prudentes. A Roco lo dejamos esperando
en una piedra y nosotros nos tiramos, estaba tibia, era agua surgente, de
pronto sentimos que unos yuyos acuáticos se enroscaron en nuestras piernas,
como si tuvieran vida propia, nos metían hasta un lugar donde no hacíamos pie.
Roco, hijo del cielo, nos alcanzó una caña gruesa y tironeó, con sus ocho
añitos, hasta que los yuyos se dieron por vencidos. Algunos quedaron pulsera en
muñecas y tobilleras. Los guardamos de recuerdo. Después de este episodio,
fuimos varias veces, pero nunca encontramos el ojo de agua. Hace treinta años,
las sierras de Tandil, guardaban secretos. Los tandilinos, son capaces de robar
hasta los secretos de las sierras.

No hay comentarios:
Publicar un comentario