Fui contenta, en
todas las etapas que fueron, cualquier menudencia, una fila de hormigas con
cargas más pesadas que sus patitas, me daban risa. Aunque la muerte estuviera
cerca, para no olvidar que existen.
Me da risa mojar
los escalones, hasta mi piso. No le conocí la cara al que limpiaba, pero
contaba con mi aprecio, nunca puso un cartelito: “Limpie sus pies en el felpudo.”
Una vez, lo vi, unos zapatos de pies embarrados llegaban hasta mi puerta. Por
suerte no entraban ni salían, el final era ése. Durante más de un año. Nadie
quiere ser mi amigo, consideraban estúpida mi alegría. Tomé la decisión, hice
un desayuno para mí y las pisadas, que seguro venían con alguien dentro de las
pisadas. Abrí la puerta cuando percibí su llegada.
—¿Me podés dar unos diarios viejos, así dejo
mis zapatos embarrados? No quiero pisar mugre en tu encerado.
Yo, muerta de
risa, puse los diarios como me pidió, quedó con unas medias blancas
inmaculadas. Cuando se sentó, miró sus pies y le dio risa, igual a la mía,
tenía las mismas notas. Le serví café, un huevo pasado por agua, pan casero que
aprendí en internet y jugo de naranja sin colar. Él aplaudió el jugo: —¡Así lo
hacía mi esposa!
Le pregunté qué
había sucedido con su mujer.
—No me lo
recuerdes, me hace mal y se borra la alegría, igual te cuento, decidió ir a un
Convento de monjas de clausura. Nunca me dejaron verla.
No tenían hijos,
igual quise saber. —Tengo una hija que no conozco, tenía seis meses. La perdí
en una feria. A las 48 horas de buscarla, di parte a la Policía. Como ellos no
encontraron ni rastros, contraté un Detective, él buscaba por su lado y yo por
el mío. Pasaron años, parecía demente, buscando casa por casa. Cada tanto
hablaba con el detective, como dos vencidos. Hace un año me llamó, pidió que me
sentara y dijo: “Tu hija vive en tal edificio, dela calle tanto.” Me dio pavura
y risa mi cobardía. Iba todos los días, llegaba a la puerta y me volvía. Pasé
24 horas sentado en el umbral de al lado, tenía la boina patas para arriba,
pasó una chica de unos veinte años y me dejó 200 pesos. ¡No lo pude creer! Me dio
risa tanta generosidad en estos tiempos…ese día tomé coraje, llegué a la puerta
y estaba abierta: “¿Vos te llamás Malvina?” Contestó “Sí”. “¿Tu apellido es
Simson?” Cuando le conté toda la historia no podía aterrizar: “¿Vos sos mi
Papá?”. Se reía y nos abrazábamos y no podíamos detener la risa. Salimos descalzos,
nos paró la Ley: “Sres ¿por qué están descalzos?” y ella le contestó fuerte y
orgullosa: “Porque yo soy Malvina y éste, es mi Papá…”

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