—Vinimos a
quedarnos, en la Ciudad no podemos vivir.
—Ajá…
—Yo sé que no
somos tan amigos como éramos antes. Estamos sin comer, desde el viernes.
—Ajá.
—Seremos
agradables y haremos todo lo que demanden.
—Ajá.
—Bueno,
llegamos a dos conclusiones, ¿Quieren o no quieren?
—Esperá que
llame a mi Marido.
Ni bien los vio
dijo: —Ajá.
—Trajimos una
casa rodante, no los vamos a molestar.
—Ajá.
—Carecen de
lenguaje, los ajá quieren decir que no somos bienvenidos?
—Los chicos
están contentos. Por lo menos gritan: ¡Bien!
—Nosotros no
hablamos con nadie, sólo el ajá, que en esperanto quiere decir: “Sí”.
Quedó la casa
tan blanca y la rodante como una prolongación.
Parecía que la
luna se había descolgado del mundo sobre ellos. Cuando todos dormían, estaban
apostados con armas largas, tres delincuentes entrenados, drogados. Todos al
unísono, dispararon de derecha a izquierda, hasta gastar los cartuchos.
—No saben la
pila de muertos que hicimos.-Dijo uno-.
—Me parece que
nos fuimos al carajo.-Dijo otro-.
—¿Y vos qué
decís, que sos nuestro líder?
—Ajá.

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