domingo, 30 de agosto de 2020

FELINO

 

   El Director del Zoológico tenía su vivienda dentro del lugar. A cinco hijos buenos y traviesos, les estaba prohibido salir del predio. El único permitido era asistir al Colegio. En la jaula de los leones nacieron cuatro.

   El más chico de los hijos del Director, se robó una leoncita y la llevó a su casa. Lo descubrieron tarde. Él aseguraba que apareció por sorpresa. Era del tamaño de un gato grande. Se ganó el afecto de todos, lo alimentaba el menor. Dormían juntos y se revolcaban en el jardín que rodeaba la casa. Llegó a domesticarla, lo seguía a todas partes, era su amigo preferido.

   Cuando creció y el niño empezó el Colegio, la leona sufría su ausencia. Él la abrazaba antes de partir. Para ella no fue suficiente, escapó del Zoológico y buscó su olor en el aire. Llegó al centro de la Ciudad y las personas huían a los gritos.

   La imaginaban salvaje, mientras ella caminaba con su cabeza erguida con orgullo. Llamaron a los Bomberos, le tiraron una red y la devolvieron al Zoológico.

   Al Padre lo consideraron responsable de aquel episodio. Le dieron la cesantía. Se mudaron a una casa común. Cuando llegó el camión de mudanzas, el niño escondió la leona en una cajón cerrado y precintado.

   El Padre desayunaba y la leona pedía que le hicieran cariñitos. El Padre la miró y dijo: —Linda gatita, vení, sentate en mi falda, por tu peso parecés una leoncita. Me gusta tu olor, me recuerda el lugar donde me echaron.

   Llegó el niño con el corazón latiendo fuerte y dijo: —¿Viste Papá, cómo se parece a la pobre leona? Quedate tranquilo, es una gata grande, que tiene un gran parecido con mi leoncita.

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