—Se me quita el
arito que lleva en la oreja. No es cosa de hombres. ¿O es usted maricón?
Dijo el Chofer
del micro de lata: —Tiene que bajar y sacar todo lo que lleva, primero lo palpo
de armas.
Faustino dio
vuelta el bolso, sobre una madera vieja, que hacía de mostrador.
—Mire lo que
tenemos aquí.
A Faustino,
cuando ya estaba guardando porque no tenía nada, le saltó el doble fondo mal
pegado y salieron media docena de ladrillos de cocaína.
Se puso blanco y
le suplicó al Chofer, que lo salvara de eso.
—No se preocupe,
mi compadre es Gendarme, pero se encarga de vender, lo mezcla un poquito, vamo
a decir la verdá. Espere que lo llamo.
Tardó los
segundos de abrir una puerta y el tipo, con su uniforme gastado: —En un día lo
repartimos y la paga vendrá después. Al hombre este metelo en el calabozo.
Estaba sin
candado. Faustino no quiso escapar, tenía más miedo afuera que adentro. En un
perchero improvisado, encontró un sándwich de jamón y queso y una botella de
agua comprada.
Se tiró en el
tablón. —Con la panza llena, se espera mejor.-Dijo para sí y se durmió-.
El Chofer
apareció con un rayo de sol: —¿Y vos qué hacés acá?, esperá que te convide esta
raya, acá tenés la birome.
Faustino jaló
con entusiasmo y le pidió otra raya. El Chofer le preguntó cuál de las dos
rayas era la mejor.
—Ésta.
—¡Qué bien,
carajo! Ésa es la mejor.
Saltaba de
contento y le pidió a Faustino que se fuera. Ni corto ni ocioso le contestó: —Yo
quiero mi pedazo, ¿por qué no me lo das?
—Mirá cómo
reclama, con pupila dilatada, ¡y un acelere!
Faustino escuchó
la propuesta del Chofer, se puso una gorra de Gendarme. —Si querés ser mi
socio, vamo miti y miti. Así nadie te detiene y de paso me ayudás.

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