martes, 18 de agosto de 2020

EN LA FRONTERA

 

   —Se me quita el arito que lleva en la oreja. No es cosa de hombres. ¿O es usted maricón?

   Dijo el Chofer del micro de lata: —Tiene que bajar y sacar todo lo que lleva, primero lo palpo de armas.

   Faustino dio vuelta el bolso, sobre una madera vieja, que hacía de mostrador.

   —Mire lo que tenemos aquí.

   A Faustino, cuando ya estaba guardando porque no tenía nada, le saltó el doble fondo mal pegado y salieron media docena de ladrillos de cocaína.

   Se puso blanco y le suplicó al Chofer, que lo salvara de eso.

   —No se preocupe, mi compadre es Gendarme, pero se encarga de vender, lo mezcla un poquito, vamo a decir la verdá. Espere que lo llamo.

   Tardó los segundos de abrir una puerta y el tipo, con su uniforme gastado: —En un día lo repartimos y la paga vendrá después. Al hombre este metelo en el calabozo.

   Estaba sin candado. Faustino no quiso escapar, tenía más miedo afuera que adentro. En un perchero improvisado, encontró un sándwich de jamón y queso y una botella de agua comprada.

   Se tiró en el tablón. —Con la panza llena, se espera mejor.-Dijo para sí y se durmió-.

   El Chofer apareció con un rayo de sol: —¿Y vos qué hacés acá?, esperá que te convide esta raya, acá tenés la birome.

   Faustino jaló con entusiasmo y le pidió otra raya. El Chofer le preguntó cuál de las dos rayas era la mejor.

   —Ésta.

   —¡Qué bien, carajo! Ésa es la mejor.

   Saltaba de contento y le pidió a Faustino que se fuera. Ni corto ni ocioso le contestó: —Yo quiero mi pedazo, ¿por qué no me lo das?

   —Mirá cómo reclama, con pupila dilatada, ¡y un acelere!

   Faustino escuchó la propuesta del Chofer, se puso una gorra de Gendarme. —Si querés ser mi socio, vamo miti y miti. Así nadie te detiene y de paso me ayudás. 

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