miércoles, 26 de agosto de 2020

NACIMIENTOS IGNORADOS

 

   Ningún Galeno pudo explicar aquel parto, al cabo de nueve meses comenzaron las contracciones y mi Madre me parió. No nací ni varón ni mujer. Era algo tan pequeño, como una gatapeluda, piqué a una Enfermera sin querer, ella sacudió las sábanas, pensando que era un insecto. Fui a dar a la calle.

   Como una huérfana, llegué a una casa vieja y abandonada. Allí me instalé, encontré un zócalo roto y un pedazo de trapo abollado. Esa fue mi primer cama. Empecé a crecer, me hice tan grande, como la altura de una baldosa. Andaba sin ropa, para autoabastecerme, sin que nadie me viera. El alimento lo procuraba en la noche. Subía a cualquier mostrador, que tenía miguitas de pan, o pedacitos de queso. La carne me resultaba indigesta. Por propia elección fui vegetariana. Comía los yuyitos más tiernos que encontraba.

   De vez en cuando picaba a algún niño malo, para tomar un trago de sangre sana. Las mujeres altísimas, que miraba por la calle, me daban envidia. A mí me hubiera gustado ser así. Pero cuando escuchaba sus conversaciones, frívolas, tontas o malignas, me agradó ser gatapeluda, ni molesto ni me molestaban.

   Engordé bastante, produciendo ácido fórmico, engordé bastante, produciendo ácido fórmico seguido. Decidí conocer a mi Madre, me posé en su espalda y ella contestó con una palmada, tan fuerte que me mató. Además me insultó, por haberle provocado una picadura que se infectó, ella murió junto conmigo. El mundo me pareció tan ajeno. Me dio alegría no verlo nunca más.

No hay comentarios:

Publicar un comentario