Ningún Galeno
pudo explicar aquel parto, al cabo de nueve meses comenzaron las contracciones
y mi Madre me parió. No nací ni varón ni mujer. Era algo tan pequeño, como una
gatapeluda, piqué a una Enfermera sin querer, ella sacudió las sábanas,
pensando que era un insecto. Fui a dar a la calle.
Como una
huérfana, llegué a una casa vieja y abandonada. Allí me instalé, encontré un
zócalo roto y un pedazo de trapo abollado. Esa fue mi primer cama. Empecé a
crecer, me hice tan grande, como la altura de una baldosa. Andaba sin ropa,
para autoabastecerme, sin que nadie me viera. El alimento lo procuraba en la
noche. Subía a cualquier mostrador, que tenía miguitas de pan, o pedacitos de queso.
La carne me resultaba indigesta. Por propia elección fui vegetariana. Comía los
yuyitos más tiernos que encontraba.
De vez en cuando
picaba a algún niño malo, para tomar un trago de sangre sana. Las mujeres
altísimas, que miraba por la calle, me daban envidia. A mí me hubiera gustado
ser así. Pero cuando escuchaba sus conversaciones, frívolas, tontas o malignas,
me agradó ser gatapeluda, ni molesto ni me molestaban.
Engordé
bastante, produciendo ácido fórmico, engordé bastante, produciendo ácido fórmico
seguido. Decidí conocer a mi Madre, me posé en su espalda y ella contestó con
una palmada, tan fuerte que me mató. Además me insultó, por haberle provocado
una picadura que se infectó, ella murió junto conmigo. El mundo me pareció tan
ajeno. Me dio alegría no verlo nunca más.

No hay comentarios:
Publicar un comentario