—No encuentro mi
campera.
—Yo no encuentro
la mía.
Ella nunca
encuentra nada, voy a subir por si olvida la mía.
—No sé dónde
dejé mi barbijo.
—Está ahí, donde
lo dejamos siempre.
—Ahora la
máscara para mí.
A ella le
regalaron una, además se tiene que poner el
barbijo igual. Le gané yo. Con el barbijo y las antiparras estoy
perfecto.
—¡Las botas!
Éstas me quedan grandes, ¿me podés dar las mías?
—Estás loca, con
lo que me costó calzarlas. Vamos rápido, que van a cerrar. ¿Trajiste las llaves
del auto?
Ahora las va a
buscar en todos los bolsillos. Las llaves están puestas en el auto, pero yo, no
le voy a decir nada, que se joda.
—Mirá vos, lo
que es estar pensando en otra cosa. ¿Trajiste la lista?
—No somos
iguales, la lista la tengo yo.
Llegaron y él
dijo: —Mirá qué bárbaro, podemos estacionar donde se nos cante.
El Super estaba
cerrado. Ella miró para otro lado.
—Mañana comemos
lentejas y tomamos agua, quedan dos botellas.
—¿Cómo, y mi
gaseosa? Bueno, está bien, volvemos a casa. Odio comer sin gaseosa.
Quisieron abrir
enseguida: —¿Vos tenés las llaves? Me congelo.
—Me parece que
las perdí. ¿Trajiste las tuyas?
—Las dejé del
lado de adentro.
—Ah, qué viva.
¿Ahora qué hacemos?
—Vos que tenés
patas largas, trepá por el techo.
Él le hizo caso.
Las llaves de ella estaban en la puerta, del lado de adentro, les dio media
vuelta y se partieron en dos.
Le gritó: —Yo ya
estoy adentro, voy a prender la calefacción y después, miro mi Serie.
—¿Y yo qué hago?
—Sentate en el
umbral.-Dijo él con tono de contento-.
—Me estoy
congelando, boludo.
—¿No te das
cuenta que lo nuestro se terminó? Terminó hace rato y vos te hiciste la que no
pasaba nada.
—Otorgame el
beneficio de decirme qué puedo hacer ahora.
—Andate, hacé de
cuenta que esta no es tu casa.
—Mi Vieja tenía
razón, nunca debí casarme con este hijo de puta.

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