Un hombre que
andaba en bicicleta, era seguido por otro en bicicleta, otro en monopatín, otro
en skate y una fila interminable que llegaba hasta el horizonte. Tenían que
cruzar la Frontera, antes de las cinco de la tarde.
Se mudaban del
país, a otro cualquiera que los recibiera. Mano de obra barata, a cambio de
quedarse. No necesitaban documentos y las visas estaban prohibidas.
Familias
convencidas en busca de un mundo, mejor del que partieron, donde sobraban y los
mataban de hambre. Eran como soldados de una dictadura, que tornó sus vidas
insoportables, ejerciendo sobre ellos, una amenaza permanente.
Para darse valor
en la fila, hicieron un coro que rezaba así: “Vieja perra y ladrona, te vamos a
hacer picadillo y saldrán hamburguesas vomitantes, para que se las coma Trump”.
Llegaron a
destino y les dieron la bienvenida, con una fiesta ancestral. Para mostrar que
ya los querían, sin conocerlos, intercambiaron mujeres y hombres, permitieron
que los chicos mirasen como cojían, así de paso aprendían.

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