sábado, 29 de agosto de 2020

OJITOS

 

   Tejía escarpines, batitas, confeccionaba camisetas chicas y las guardaba en una caja inmensa, junto a frazadas de crochet. Todos tenían bordados rosas y celestes.

   Era mi Vecina de enfrente y no tenía Marido. Vivía sola. Miraba a su panza cómo crecía. La fui a visitar y le llevé un tigre de peluche.

   —Agradezco tu intención y muchas gracias por el regalo, sus ojitos parece que miraran. Pero yo quiero que mi bebé tenga todo hecho por mí. Está precioso, lo voy a poner aparte.

   —¿Puedo sentir tu panza?

   —Disculpá, no quiero que nadie la toque, por favor no te ofendas.

   El bebé nació muerto. Un día salí a la vereda, enfrente estaba la casa cerrada. Tenía un cartel que decía: SE VENDE. Los Vecinos me contaron que partió sola, con una caja inmensa. Era toda la ropa del bebé muerto. Le había colocado una cinta de color celeste. No la vi nunca más.

   Dejó el tigre de peluche, en el umbral de la casa. Me dio tanto dolor su pérdida, como el tigre abandonado. Tal como ella dijo, parecía mirarme. Cuando volvía del Colegio, me acercaba y él guiñaba un ojo, o movía sus patitas. El día que llovió, perdió sus ojos y decoloraron sus rayas.

   Me puso tan triste, que lloraba, mi Madre me consolaba y decía:

   —Lo terrible es lo del bebé, el tigre es lo de menos.

   No, era mucho más que eso.

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