Siempre fui de
buen carácter, considerada, generosa e histriónica. Al ver el comportamiento
brutal de necios corruptos y maleducados, me puse brava. Tengo una selva en la
vereda, cuando llega el calor, se matan por estacionar bajo mis árboles. Yo les
respondo poniéndoles barro en el techo y mayonesa en el parabrisas. Le encanta
tener el auto limpio y que brille como si fuera nuevo.
Mi hijo no pudo
sacar el vehículo del garaje, tenía un Minicooper que se lo impedía. Me puse
guantes quirúrgicos, tomé las deposiciones de los perros y enchastré todos los
vidrios con mierda pura y me llevé sus ruedas. Justo salió el tipo y no podía
creer lo que veía.
—Qué injustas
que son las personas, mire cómo le dejaron su auto. ¡Y le sacaron las cuatro
ruedas! Dentro de todo fueron atentos, lo asentaron sobre ladrillos.
Mientras le daba
mis condolencias con cara de ingenuidad, el tipo puteaba de impotencia. Estos
episodios me hicieron comprender el placer que me producía, la justicia por
mano propia.
La muchacha que
trabajaba en casa, me robaba todos los días. Una vez, metió en su cartera, una
docena de huevos, cuando terminó su horario de trabajo, le aplasté la cartera
con todas mis fuerzas. Ella dijo: —Hasta mañana, Señora.
Al día siguiente
la despedí. Me pidió una carta de recomendación.
—Yo no
recomiendo ladrones.
La arrastré de
los pelos a la calle. Mi Marido y mi hijo, comenzaron a temerme.
—No pienso tomar
otra Mujer, que me haga dudar si roba. Ustedes dos se van a encargar de la
limpieza de toda la casa. En ese tiempo voy a salir de Shopping, veré cómo
podré desarrollar mi maldad, en esos lugares.

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