viernes, 14 de agosto de 2020

EL CALORCITO

 

   Para mi Madre, era un ser indiferente, no me daba ninguna importancia, daba frío. Siempre tuve frío. Por suerte estaba mi Padre, un Dibujante excepcional, que trabajaba demasiado, para abastecer los deseos absurdos de Mamá. Aun en inviernos despiadados, Mamá prohibía la calefacción. —Me seca el cutis y engrasa el pelo.-Decía-.

   Papá me compensaba con un amor permanente. Cuando estaba en casa, me cubría con cuatro frazadas, bien, bien apretadas. Sacaba mis brazos afuera y me ponía guantes azules de lana de conejo. Antes de irse me besaba la frente varias veces. Siempre dormí con esos guantes, parecían crecer conmigo.

   Ellos se divorciaron, fue un gusto para mí, pero un secreto que quedó conmigo. En lo único que coincidimos, fue en la decisión de Mamá. Me dejó con mi Padre. Fue mi primer Profesor de Dibujo, que me permitía trabajar con los guantes. Mamá se fue a vivir tan lejos como pudo. Nunca pregunté por ella. Él me decía que debía perdonar. Fui a estudiar a La Plata y llevé mis guantes puestos. Pasó un tiempo y no tuve más remedio, que dejar los guantes.

   Eran imprescindibles mis manos desnudas, para lavar, ducharme y bañar a mi querido bebé. Cuando me casé me puse un solo guante, que escondí bajo el ramillete acostumbrado.

   Ahora que estoy sola, porque Papi decidió conocer el cielo, antes de dormir, me pongo los guantes. Fueron y seguirán siendo, el calor que me brindaban el recuerdo, de aquel hombre maravilloso, que señaló el camino, para encontrarme a mí misma.

   Y aquí estoy, dibujando su retrato, con los guantes puestos. 

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