En medio de una
ruta escarpada, el auto se detuvo por algún inconveniente en el motor, o
faltaba combustible, agua o aceite. Las ruedas estaban bien. Levantó el capot,
pero no encontró nada. Tenía cinco minutos para llegar. Decidió bajar y empujar
con toda la fuerza de su cuerpo. De la mano contraria apareció un auto, el
hombre frenó y trató de ayudarlo, él tampoco resolvió nada.
—Lo que podemos
hacer, es que venga conmigo, voy a tratar de recular y lo acerco a donde vaya.
—Me esperan unos
amigos, que acaban de recuperar su libertad. Les robaron 25 años de sus vidas y
son inocentes.
—Yo los conozco
a todos.-Él lo miró sorprendido-. Eran de por acá, trabajaban en las voladuras
para hacer esta misma ruta.
—Yo le continúo
la historia por si usted la ignora. Vinieron de Bs As y se los llevaron, fueron
acusados de matar una familia entera, les plantaron pruebas, declararon bajo
torturas. Amenazaron con matar a sus mujeres y a sus hijos si no firmaban sus
dichos. Dijeron haber cometido esos crímenes. Todos pusieron una cruz, la
rúbrica de los analfabetos.
El que dijo que
iba a visitar a sus amigos, fue el mismo que tomó como perejiles, a aquellos
trabajadores del olvido.
El señor que se
detuvo a ayudarlo, lo tomó de las solapas y lo arrojó a un precipicio. Se
arrodilló y le pidió perdón a dios, aunque era ateo.
Llegó a los
ranchos de la buena gente, fue recibido con chicha y empanadas. Hubo una
chinita de trenzas brillantes, que con mucha gracia lo sacó a bailar.

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