Me midió como
miden las serpientes y cerrando los ojos, aplaudió con la cola y la cabeza. Mi
refugio lo construí, con ramas de árbol seco, casi un tejado, bien apretado, no
entraba el agua cuando llovía y si nevaba, le daba calor los cueros de oveja que
lo cubrían por dentro. Yo, para que comiéramos, cazaba todo el día. Me recibía
mi Mujer con pociones calientes, que le enseñó su Madre. Entré con la serpiente
asomada del bolsillo. Fue reptando hacia mi Mujer y pareció querer darle un
beso. Permaneció en nuestro refugio, muy apichonada.
—¿Tendrá hijos,
o será estéril como nosotros?
No contesté, no
quise que se afligiera. Una mañana escuchamos un camión, protector de especies
en extinción. Saludaron con la mano en alto y se fueron como vinieron, seguros
que el trabajo de ellos, nosotros lo hacíamos mejor.
Le salieron
varios huevitos, que ella esperó que rompieran la cáscara, era una Madre
abnegada. Nos llamaba con golpes suaves de cabeza, para presentar a sus 25
hijitos.
Nos visitaron
cuatro histéricos de la National Geographic, filmaron nuestro refugio y nos
hicieron preguntas. De pronto apareció “Mamá serpiente”, así la llamábamos, con
sus 25 hijitos. Éramos un ejemplo de vida singular. Las serpientes se abalanzaron
y los picaron a todos. No pudimos hacer nada, porque no sabíamos, sólo morder y
escupir, para quitar los venenos.
Seguro que a las
serpientes les dieron celos. No dejaron ningún sobreviviente. Las serpientes
aplaudían y durmieron en el medio de nosotros. Hablamos de la National
Geographic. Fue una pena, la verdad.

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