martes, 4 de agosto de 2020

LA TIBIEZA


   Me midió como miden las serpientes y cerrando los ojos, aplaudió con la cola y la cabeza. Mi refugio lo construí, con ramas de árbol seco, casi un tejado, bien apretado, no entraba el agua cuando llovía y si nevaba, le daba calor los cueros de oveja que lo cubrían por dentro. Yo, para que comiéramos, cazaba todo el día. Me recibía mi Mujer con pociones calientes, que le enseñó su Madre. Entré con la serpiente asomada del bolsillo. Fue reptando hacia mi Mujer y pareció querer darle un beso. Permaneció en nuestro refugio, muy apichonada.
   —¿Tendrá hijos, o será estéril como nosotros?
   No contesté, no quise que se afligiera. Una mañana escuchamos un camión, protector de especies en extinción. Saludaron con la mano en alto y se fueron como vinieron, seguros que el trabajo de ellos, nosotros lo hacíamos mejor.
   Le salieron varios huevitos, que ella esperó que rompieran la cáscara, era una Madre abnegada. Nos llamaba con golpes suaves de cabeza, para presentar a sus 25 hijitos.
   Nos visitaron cuatro histéricos de la National Geographic, filmaron nuestro refugio y nos hicieron preguntas. De pronto apareció “Mamá serpiente”, así la llamábamos, con sus 25 hijitos. Éramos un ejemplo de vida singular. Las serpientes se abalanzaron y los picaron a todos. No pudimos hacer nada, porque no sabíamos, sólo morder y escupir, para quitar los venenos.
   Seguro que a las serpientes les dieron celos. No dejaron ningún sobreviviente. Las serpientes aplaudían y durmieron en el medio de nosotros. Hablamos de la National Geographic. Fue una pena, la verdad.  

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