Vestido de negro
desde la galera a los pies, con polainas blancas que le daban un poco de vida a
su porte. El Chofer lo esperaba en una berlina recubierta con maderas malaicas
y forrada en piel de tigre. Se reunió con sus viejos amigos:
—No puedo
entender cómo andás con ese disfraz en todas partes, Conde de la nada.
—Fui Conde,
ahora todos ustedes se destacan en alguna ciencia. Yo vengo aquí y aprendo
algo, no todo. Hay cientos de cosas que no entiendo. Me complacen estas
reuniones. Tenía una Madrastra que nunca me mandó a la Escuela.
—Prefiero
tenerte a la vista, estudiar es lo de menos, vos ya tenés un nombre. No
cualquiera es el Conde de Montecristo, por eso tus amigos te convocan siempre.
Su Madrastra
ignoraba que el Conde era autodidacta. Su peor enemigo, el Duque de Safrasnafa,
lo retó a duelo.
—Por soberbio
sin estudios, por ser pequeño, no tolero que digas cosas mendaces de mi
familia.
Durante el amanecer
con neblina eligieron sus Padrinos. También eligieron armas. El Conde un
revólver de caño largo y el Duque un revolver labrado en oro. A los diez pasos
el Conde le disparó antes que el Duque.
El Duque murió
de inmediato con una bala en el corazón.
El Conde de
Montecristo quiso seguir con los duelos, sus propios amigos eran desafiados por
el Conde. Pudo con todos. Los parroquianos enfurecieron y lo llenaron de
improperios. Al hijo menor del Duque de Safranasfra lo decapitó él mismo en la
Plaza Pública. Se adueñaron de la galera, la pisotearon, la escupieron, la
destrozaron.
La Madrastra del
Conde, luego de aquellos episodios nefastos enviudó. Tenía relaciones con el
hijastro desde antes que mataran a su Marido.

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