Tenía tenedores
clavados en todo el cuerpo. Los impresionantes fueron en la barriga, un mandala
de tenedores y en la parte trasera tenedores incrustados.
Sus familiares y
amigos fueron interrogados, todos juntos y por separados.
—Esa mañana
estaba muy bien, las malas compañías tienen la culpa.
Uno de sus
amigos le contó que había dos tipos raros que la seguían. Parece que uno era su
amante y el otro cuidaba la puerta. Hacía mucho tiempo que andaban juntos, se
veían cada quince días, subían al ascensor con caras de salvajes, entraron a la
habitación. El Custodio escuchaba quejidos, gritos y gemidos. Cuando los
amantes se despidieron, lloraban en el pasillo, ella volvió a su habitación,
tomó al Custodio de la mano y lo llevó para adentro. Los sonidos fueron los
mismos. Los escuchó otro custodio que habían contratado.
Al concluir
quince días se despidieron amablemente. Ella volvió a su habitación, tomó de la
corbata al nuevo Custodio. Una vez adentro, primero comieron sobre un mantel
bordado que perteneció a su Abuela. El hombre nunca había estado en esa
situación, tomó vino de más, miró los tenedores de plata. Sin saber por qué,
rompió toda la vajilla y se arrojó sobre la mujer desnuda, le clavó todos los
tenedores que encontró sobre el viejo mantel blanco, ahora color sangre.
Podría haber
usado cuchillos, le pareció vulgar. Cuando miró tanta sangre, le dieron náuseas
y vomitó sobre el mantel, los tenedores y ella, que todavía estaba viva y pedía
que le clavara más tenedores, la hacían disfrutar.
El caso se
esclareció al cabo de dos años. Al Custodio lo declararon inocente. La culpa la
tuvo la mujer, que era una masoquista sin solución. Dijeron que ella se la
buscó.

No hay comentarios:
Publicar un comentario