—Siete kilómetros
caminamos, dios, cuánto falta para llegar, el Patrón nos espera y pretende que
seamos puntuales.
—Se han
retrasado diez minutos. Si no fuera por sus excelentes referencias, no los
tomaría como peones golondrina. ¿Cuáles son sus gracias?
—Tibaldo y
Remigio que vengo a ser yo.
El Patrón los
bichaba, dudando: ¿Serán buena gente?
Tienen cara de buenos, me parece importante que sean buenos y
labradores.
—Van a dormir en
el sótano, pero no se asusten, está pintado de blanco, tiene unos ventanucos,
es cálido, hay una salamandra y leña sobra.
Tibaldo y
Remigio labraban la tierra con tractores oxidados, motores fallutos, que los
peones mismos arreglaban. El Patrón disfrutaba cuando rotulaban la tierra,
parecía que el mundo tuviera muchas capas.
—Remigio,
acordate que aunque el viejo sea macanudo, vinimos a robarle, hay que hacer de
tripas corazón.
—Sabemos que
tiene una cama de dos plazas, repleto de dólares, euros y pesos. Los sacamos
de a poco, el colchón tiene cierre relámpago. Lo que falte lo llenamos con
bollos de papel de diario.
—Trabajamos toda
la vida como burros, es hora de tener nuestro propio campito.
El Patrón les
tomó cariño y los invitaba a comer casi siempre, contaba que Tibaldo le
recordaba a su hijo finado. Se levantaba de la mesa con un eructo en la boca y
lágrimas en los ojos.
Al terminar la
cosecha, el Patrón les hizo un asado con vino patero, hecho con sus propios
pies. Hasta les regaló dos caballos para llevar cómodos los bolsos de
arpillera, que él supuso de ropa, pero era su propio dinero.
Tibaldo y
Remigio partieron y al día siguiente fueron a saludar al Patrón.
—¿Vienen para
quedarse?
—Los únicos que
hacen eso, son los gobiernos.
Esta vez se
fueron de verdad, le dejaron sobre la mesa la mitad del dinero robado. Los
acompañó con su caballo hasta la tranquera.
Cuando el Patrón
entró en el comedor miró que sobre la mesa había un montón de dinero. Habló
solo:
—Qué tipo
distraído que soy, dejar semejante cantidad, se lo podía haber llevado
cualquiera. Debo ser más cuidadoso.
Tibaldo y
Remigio trotaban lento, sintieron la conciencia tranquila, no necesitaban tanto
dinero para comprar tres parcelas.

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