Me llamo
Virginia, nunca salí de mi casa, me siento en el jardín, a veces camino
alrededor del limonero. Nací con una enfermedad que se llama agorafobia. Cuando
me cansaba de no hacer nada, gritaba y gritaba. No me pudieron enseñar a
hablar. Cuando me daban esos berrinches, las casas lindantes hacían de cuenta
que yo expresaba mi enfermedad, nadie protestaba.
El calor era un
tormento en Mercedes, cuando el sol se escondía iban sacando de a poco sus
sillas de mimbre a la vereda. Mientras tanto se escuchaban los abanicos,
algunos daban aire, pero aire caliente. Los chicos nos sentábamos en el umbral.
Se saludaba a la gente que pasaba con un “Adiómmm…” Y después criticaban, que
nadie le planchaba la camisa o que la mujer tenía la pollera chingada o que al
sodero lo engañaba su mujer.
En algún momento
me asomaba a la puerta, miraba a la derecha, luego a la izquierda y después iba
para adentro. Los chicos se burlaban porque yo era petisa. Decían que no salía
porque me daba vergüenza ser petisa, medio pelada y excedida de peso.
Mi Madre vivía
hablando de Graciela, mi hermana. Decía que era inteligente, qué linda, qué
alta, tan distinta de la otra.
Graciela se casó
con un milico de alto rango. Se mudaba todo el tiempo y mi Madre la extrañaba.
A mí me consideraba discapacitada. El Abuelo de al lado, tenía una pérgola de
uva chinche, debajo había una mesa de carpintero donde clavaba y serruchaba. El
Abuelo me pasaba por el tapial racimos de uva fresca, yo le contestaba:
—Gracias Señor
Abuelo, mi Mamá dice que usted es un Señor, no mi Abuelo.
El Señor Abuelo
se asombró:
—Sabés hablar
muy bien.
Mi hermana
Graciela me había enseñado a leer y a escribir. Lo hicimos a escondidas. Yo no
quería que nuestros Padres se enteraran. Mi hermana juró que jamás le contaría
a nadie.
Graciela pasó de
una total indiferencia hacia mí, a un afecto incondicional. La vida itinerante
de su marido le cansó y retornó a la casa paterna.
Yo aprendí tres
idiomas gracias a mi hermana. El Señor Abuelo, ahora me tenía de visitas
ocasionales y largas. No podía creer que yo conocía tanto las hormigas y los
caminos ocultos para encontrarlas. Sabía de las lombrices que aparecían después
de llover. También conocí los túneles que hacían los sapos en el invierno.
Me transformé en
una persona sociable. Dejé de sentirme casi enana y hasta me daban pena los
tacos altos que torturaban los pies de mi hermana. Hubo encuentros de
diferencias ideológicas.
Hice un viaje
con el Señor Abuelo, por las costas de Orense. Graciela se puso celosa. Gritaba
en el jardín, olvidó cómo se hablaba y se leía. En las noches de verano se
asomaba al umbral y miraba para la izquierda y para la derecha. Después
desaparecía en el interior oscuro de su casa.

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