miércoles, 19 de mayo de 2021

SILLAS DE MIMBRE

 

   Me llamo Virginia, nunca salí de mi casa, me siento en el jardín, a veces camino alrededor del limonero. Nací con una enfermedad que se llama agorafobia. Cuando me cansaba de no hacer nada, gritaba y gritaba. No me pudieron enseñar a hablar. Cuando me daban esos berrinches, las casas lindantes hacían de cuenta que yo expresaba mi enfermedad, nadie protestaba.

   El calor era un tormento en Mercedes, cuando el sol se escondía iban sacando de a poco sus sillas de mimbre a la vereda. Mientras tanto se escuchaban los abanicos, algunos daban aire, pero aire caliente. Los chicos nos sentábamos en el umbral. Se saludaba a la gente que pasaba con un “Adiómmm…” Y después criticaban, que nadie le planchaba la camisa o que la mujer tenía la pollera chingada o que al sodero lo engañaba su mujer.

   En algún momento me asomaba a la puerta, miraba a la derecha, luego a la izquierda y después iba para adentro. Los chicos se burlaban porque yo era petisa. Decían que no salía porque me daba vergüenza ser petisa, medio pelada y excedida de peso.

   Mi Madre vivía hablando de Graciela, mi hermana. Decía que era inteligente, qué linda, qué alta, tan distinta de la otra.

   Graciela se casó con un milico de alto rango. Se mudaba todo el tiempo y mi Madre la extrañaba. A mí me consideraba discapacitada. El Abuelo de al lado, tenía una pérgola de uva chinche, debajo había una mesa de carpintero donde clavaba y serruchaba. El Abuelo me pasaba por el tapial racimos de uva fresca, yo le contestaba:

   —Gracias Señor Abuelo, mi Mamá dice que usted es un Señor, no mi Abuelo.

   El Señor Abuelo se asombró:

   —Sabés hablar muy bien.

   Mi hermana Graciela me había enseñado a leer y a escribir. Lo hicimos a escondidas. Yo no quería que nuestros Padres se enteraran. Mi hermana juró que jamás le contaría a nadie.

   Graciela pasó de una total indiferencia hacia mí, a un afecto incondicional. La vida itinerante de su marido le cansó y retornó a la casa paterna.

   Yo aprendí tres idiomas gracias a mi hermana. El Señor Abuelo, ahora me tenía de visitas ocasionales y largas. No podía creer que yo conocía tanto las hormigas y los caminos ocultos para encontrarlas. Sabía de las lombrices que aparecían después de llover. También conocí los túneles que hacían los sapos en el invierno.

   Me transformé en una persona sociable. Dejé de sentirme casi enana y hasta me daban pena los tacos altos que torturaban los pies de mi hermana. Hubo encuentros de diferencias ideológicas.

   Hice un viaje con el Señor Abuelo, por las costas de Orense. Graciela se puso celosa. Gritaba en el jardín, olvidó cómo se hablaba y se leía. En las noches de verano se asomaba al umbral y miraba para la izquierda y para la derecha. Después desaparecía en el interior oscuro de su casa.   

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