miércoles, 5 de mayo de 2021

DETRÁS DE LAS MEDIANERAS

 

   Tengo una vecina que sale al jardín con su bebé y le dice:

   —Ajó…ajó…ajó.—con una voz de loro y anuncia lo que va a almorzar.

   Sus palabras son tan iguales a las otras que la vecina parece comunista. Seguro que lo es, porque se aplicó la vacuna rusa. A la bebé le hizo dar la norteamericana, por las dudas que la tortilla se diera vuelta.

   Le prometieron la segunda dosis, pero cuando fue se habían terminado.

   —¿Usted está anotada?, se han retardado en el tiempo, tal vez recién el año que viene ya estén por acá. Además los hospitales están colapsados. No hay cama para las dos.

   —¿Y por qué necesitamos cama?

   Qué malos compañeros, todavía no le avisaron, le tengo que decir yo.

   —Los hisopados de ustedes dos dieron positivo.

   La madre pensó que si se quedaban, había más posibilidades de dejarle abierto el camino al Corona. Decidió volver a su casa, siempre es mejor morir en la casa que en un hospital.

   Mientras lavaba la ropa, se olvidó del bebé. Nadie la socorrió, todos los vecinos se alejaban los más que podían de ella. Mientras el bebé gateaba, justo pasaba un camión, por suerte no le hizo nada.

   Al día siguiente escuché que salía al jardín y le decía a su bebé:

   —Ajó…ajó…ajó…

   Después de semejante desgracia, usar las mismas palabras es perimido y redundante. Hay otras vecinas de libro, pero tengo que ver si me alcanza la plata para editar un libro sobre los otros vecinos.

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