Tengo una vecina
que sale al jardín con su bebé y le dice:
—Ajó…ajó…ajó.—con una voz de loro y anuncia lo que va a almorzar.
Sus palabras son
tan iguales a las otras que la vecina parece comunista. Seguro que lo es,
porque se aplicó la vacuna rusa. A la bebé le hizo dar la norteamericana, por
las dudas que la tortilla se diera vuelta.
Le prometieron
la segunda dosis, pero cuando fue se habían terminado.
—¿Usted está
anotada?, se han retardado en el tiempo, tal vez recién el año que viene ya
estén por acá. Además los hospitales están colapsados. No hay cama para las
dos.
—¿Y por qué
necesitamos cama?
Qué malos compañeros,
todavía no le avisaron, le tengo que decir yo.
—Los hisopados
de ustedes dos dieron positivo.
La madre pensó
que si se quedaban, había más posibilidades de dejarle abierto el camino al
Corona. Decidió volver a su casa, siempre es mejor morir en la casa que en un
hospital.
Mientras lavaba
la ropa, se olvidó del bebé. Nadie la socorrió, todos los vecinos se alejaban
los más que podían de ella. Mientras el bebé gateaba, justo pasaba un camión,
por suerte no le hizo nada.
Al día siguiente
escuché que salía al jardín y le decía a su bebé:
—Ajó…ajó…ajó…
Después de
semejante desgracia, usar las mismas palabras es perimido y redundante. Hay
otras vecinas de libro, pero tengo que ver si me alcanza la plata para editar
un libro sobre los otros vecinos.

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