La nostalgia me
abruma y perdí la conciencia de mi ancianidad. Una relación de tres años,
intensa, sin coincidencias de intereses, excepto los furtivos encuentros de
cuerpos sin reparos.
Despedidas que
me dejaban incógnitas y estómago de mariposas salvajes. La perversión crecía y
mis deseos se expandían, los suyos permanecían para luego tornarse exiguos.
Abandonó su casa
paterna y alquiló un monoambiente. No tenía cuadros ni tapices ni sillones.
Adentro reinaban elementos gimnásticos, que daban frío, todo daba a un patio
con macetas enormes en filas perfectas, trazadas con escuadra. Verde sin amor y
ninguna flor.
Preparó un
licuado con vegetales y leche de soja. Delante de su mini casa fueron a vivir
unas chicas, que lo usaban para computear sus apuntes de la Facultad.
—Me tienen
harto, es todos los días, no les digo nada porque hay dos tan lindas.
Me pegó una
estocada en el corazón. Pasó tiempo y me dediqué a sufrir, es lo que mejor
hago.
Empezó en un
gimnasio, donde trabajaba compulsivo. Apareció una señora que le enseñó
elementos de Yoga al empezar sus ejercicios y a cerrarlos al terminar. Yo no
sabía nada, me enteré por terceros. Visitaba a la señora, que le abría la puerta
todos los días. A mí, me la cerró para siempre.
Pasó hace tanto
tiempo y no puedo olvidar. Quedaron heridas expuestas. Jamás volvimos a vernos.
No sé dónde vive, si se casó y tuvo hijos, si vive aquí o en Alemania. Si está
vivo o se murió. Todas estas intrigas no mitigan aquello que nunca fue. Si
supiera, olvidaría para siempre aquel dolor tan antiguo, que todavía late
ciego.

No hay comentarios:
Publicar un comentario