Eligió la más
joven de sus primas, los padres estaban muy satisfechos. Manucho la podría
mantener porque era un sobrino muy rico y ella una tilinga que tendría que
domar. Cuando Serena contaba con tres años, le pegó un puntapié en la canilla,
él no le pudo hacer nada, pero le dieron ganas de pegarle un coscorrón. Fue ahí
donde le tomó inquina. Evitaba estar cuando iba de visita. Si Serena lo
invitaba a tomar el té, ponía cualquier pretexto para no verla.
Manucho y Serena
se casaron por un trato económico que hicieron los padres. El padre de Manucho
mandó construir un minipalacio inspirado en el Taj Mahal, a cambio de Serena
como nuera. Ella todavía no tenía su primer período. En una ceremonia íntima,
los casó un sabio hindú. Ni bien se encontraron solos, Manucho le desprendió un
bretel y ella le pegó un puntapié en la canilla, en el mismo lugar de aquel
episodio cuando tenía tres años.
Recorrieron todo
el palacio y eran tantos los vericuetos que Serena se perdió y gritaba:
—Aquí estoy!
Aquí estoy!
Subía y bajaba
escaleras hasta que llegó a sus aposentos. Manucho la siguió con fervor y en
mitad de un escalón, encontró un calzón ensangrentado. Tenía las iniciales de
Serena.
—¡Por fin sos
mujer! Ahora sí podremos hacer lo que no hicimos.
Ella lo miró con
ojos de niña inocente:
—Me duelen los
ovarios, no puedo complacerte, por esta noche vamos a dormir cucharita y nada
más.
Los pretextos
que usaba Serena eran dolor de cabeza, ataque al hígado, malestar y la
infaltable:
—Hoy tengo
jaqueca.
Cada día que
pasaba, Manucho la odiaba y la deseaba. Dejó de perseguirla, daba tantas
vueltas esa mujer que terminó durmiendo solo.
Cuando a Serena
le dieron ganas, se acostó con todos, desde el mayordomo hasta el cocinero. Una
noche le dio lástima Manucho, era el único que todavía no había probado. Se
metió en su cama cuando él estaba dormido, se encargó de estimularlo quitándole
el pijama.
—Tapame que
tengo frío. —dijo Manucho, acostumbrado a dormir en soledad.
Ella le acarició
todo el cuerpo, hasta que su marido reaccionó y le hizo el amor, dejándola sin
aliento. Superaba a todos los amantes que había probado.
—¡Basta por
favor! Si querés, seguimos mañana.
Él le hizo caso
y Serena por fin, durmió con serenidad.

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