miércoles, 12 de mayo de 2021

CONVENIENCIAS CONVENIDAS

 

   Eligió la más joven de sus primas, los padres estaban muy satisfechos. Manucho la podría mantener porque era un sobrino muy rico y ella una tilinga que tendría que domar. Cuando Serena contaba con tres años, le pegó un puntapié en la canilla, él no le pudo hacer nada, pero le dieron ganas de pegarle un coscorrón. Fue ahí donde le tomó inquina. Evitaba estar cuando iba de visita. Si Serena lo invitaba a tomar el té, ponía cualquier pretexto para no verla.

   Manucho y Serena se casaron por un trato económico que hicieron los padres. El padre de Manucho mandó construir un minipalacio inspirado en el Taj Mahal, a cambio de Serena como nuera. Ella todavía no tenía su primer período. En una ceremonia íntima, los casó un sabio hindú. Ni bien se encontraron solos, Manucho le desprendió un bretel y ella le pegó un puntapié en la canilla, en el mismo lugar de aquel episodio cuando tenía tres años.

   Recorrieron todo el palacio y eran tantos los vericuetos que Serena se perdió y gritaba:

   —Aquí estoy! Aquí estoy!

   Subía y bajaba escaleras hasta que llegó a sus aposentos. Manucho la siguió con fervor y en mitad de un escalón, encontró un calzón ensangrentado. Tenía las iniciales de Serena.

   —¡Por fin sos mujer! Ahora sí podremos hacer lo que no hicimos.

   Ella lo miró con ojos de niña inocente:

   —Me duelen los ovarios, no puedo complacerte, por esta noche vamos a dormir cucharita y nada más.

   Los pretextos que usaba Serena eran dolor de cabeza, ataque al hígado, malestar y la infaltable:

   —Hoy tengo jaqueca.

   Cada día que pasaba, Manucho la odiaba y la deseaba. Dejó de perseguirla, daba tantas vueltas esa mujer que terminó durmiendo solo.

   Cuando a Serena le dieron ganas, se acostó con todos, desde el mayordomo hasta el cocinero. Una noche le dio lástima Manucho, era el único que todavía no había probado. Se metió en su cama cuando él estaba dormido, se encargó de estimularlo quitándole el pijama.

   —Tapame que tengo frío. —dijo Manucho, acostumbrado a dormir en soledad.

   Ella le acarició todo el cuerpo, hasta que su marido reaccionó y le hizo el amor, dejándola sin aliento. Superaba a todos los amantes que había probado.

   —¡Basta por favor! Si querés, seguimos mañana.

   Él le hizo caso y Serena por fin, durmió con serenidad.

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