Cuando tatita
Paz se divorció, sus amigos tomaron partido por él. Puso la casa en venta, no
quiso que se encargara una Inmobiliaria, prefirió encargarse ella.
El valor era
adecuado. Los futuros compradores se quejaban que no tenía ventanas amplias,
que las paredes tenían humedad y el colmo fue una mujer que miraba todo, hasta
levantó la tapa del inodoro y flotaba una deposición, seguro que uno de mis
hijos olvidó apretar el botón.
—Me gusta su
casa, es cómoda y bien construida, pero el precio me queda grande, igual al
sorete que encontré en el inodoro.
Todos
presentaban quejas. La arreglé con mis propias manos, elegí blanco para las
paredes, cambié los sanitarios, algunas tejas, rasqueteé y enceré todos los
pisos. Mis hijos se dedicaron al jardín, sugirieron hacer una pileta y ellos
mismos la construyeron.
—Miremos qué
lindo está todo, merece que nos quedemos a vivir aquí.
—¡Bravo Mamá! No
te dijimos nada, porque cuando Papá se fue…
—Hicieron bien,
no quiero que me ocupe la cabeza, pensar en ese degenerado.
A fines del
invierno llegó un señor anciano para comprar la casa, sacó fajos de sus dos
bolsillos.
—Señora Paz, le
pago cash, si quiere contar lo fajos y asegurarse que esté todo bien, para mí
sería un alivio. Le quiero hacer una oferta, ustedes sigan viviendo aquí. Yo me
arreglo con la pieza del fondo, no los voy a molestar para nada. Tal vez no se
acuerde pero su ex marido me dijo…
—¡No, por favor!
No quiero saber nada de ese degenerado. Después de lo que hizo, ojalá que le
den cadena perpetua.

No hay comentarios:
Publicar un comentario