Mis vecinos se
evitaban la construcción de sus medianeras, aprovechando nuestro jardín.
Siempre me levanto de mal humor y prefiero que nadie me dirija la palabra.
Somos una familia disfuncional.
—Pero la concha
de tu madre, ¿dónde está la cafetera? Y alguno que tienda la mesa.
Siempre hay uno
tan bueno que me hace caso. Cuando salimos dejamos el equipo prendido a todo
volumen. Nos parece una norma de seguridad. Como si un chorro viniera a robar,
escuchara la música y se retirara. ¿Qué clase de seguridad es poner música tan
alta?, el que te va a robar te roba hasta la música.
Tenemos la
ventaja de tener hijos que viven en otra ciudad. Cuando hace mucho calor, nos
vamos quitando la ropa a todo lo largo de casa. Yo me tiro de cabeza y él se
tira bomba. Vino la mujer más chusma del barrio, para contarnos que a través de
los árboles se veía que nos bañábamos desnudos, sentábamos malos precedentes
para los chicos que nos miraban. O sea que los niños también nos espiaban. Me
vestí con un tul transparente y él con un pañalín doble función, para que no le
miraran el escroto y poder hacer pis sin salir.
Una noche nos
troncharon dos árboles y al año no quedaba ninguno. Era un jardín comunitario,
con tal de no gastar en leña cortaron nuestros árboles.
—En nombre de
toda la manzana les pedimos que bajen los decibeles de sus malas palabras.
—Pero, la concha
de su madre, mirá lo que me viene a decir.
Me provoca odio
que me provoquen y al mismo tiempo me gusta.
Luego se
presentó el vecino que ya se había muerto. Ahí me di cuenta que tuve una
pesadilla y lo más terrible es que los sueños son.

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